lunes, 17 de junio de 2019

REFLEXIONES: DESDE LA ATALAYA DE LA IDEALIZACION


Mientras uno logra conservarse- en la imaginación, claro- virgen de maldad, suciedad o miseria, entonces puede darse el lujo de disfrutar un estado beatífico de felicidad. Puesto todo lo feo afuera, toda la maldad en otros, toda la injusticia en el sistema, estamos bien pagados de nosotros mismos, rebosantes de pureza, a buen resguardo de toda mancha, y podemos sonreír con bonhomía. Es el paraíso.
Semejante estado de bonanza no se abandona así como así, y por eso hay tantas personas que defienden con uñas y dientes la imagen indulgente de sí mismos que se han forjado, y que tantos beneficios reporta. En mi caso, puedo decir que por fortuna disfruté de esta ensoñación mucho tiempo.
El problema empieza cuando nos sinceramos y se acaba la idealización. Uno empieza a ver lo miserable en uno, las propias parcialidades del juicio, la cruel indiferencia hacia los demás. Aflora la basura bajo la alfombra, y los oscuros miasmas de la ruindad lo invaden todo. Cuando nos hacemos conscientes de todo esto en nosotros, hemos sido expulsados para siempre del paraíso. Ahora nos cuesta trabajo reír, y ser felices parece imposible.
Parados frente al espejo, nos damos cuenta que estamos frente a ese cretino que hasta recién criticábamos con fiereza, culpándole de todos los males y deseándole los peores castigos. Esto nos provoca un desconcierto paralizante, y se nos congela la sonrisa.
Y cuando creemos que ya no puede haber nada peor, ocurre que también nuestros amigos y seres queridos se nos aparecen despojados de la idealización con que antes, piadosamente, les protegíamos, sólo para tenerlos de nuestro lado (el lado bueno, el correcto, el deseable) mientras emitíamos veredictos ominosos sobre el resto de la humanidad.
También ellos caminan ahora junto a nosotros, desnudos, por este valle de desilusión.
¿Y el amor?, me pregunta alguno.
El amor sufre entonces uno de sus peores embates, y se hunde en la sordidez del fangal.

De Gabriel Agatino: LAS (COMUNES) REGLAS DEL JUEGO


Dice el dicho: “En este mundo, cada maestrito con su librito”.
Y es verdad. Pero no se crea por ello que nos referimos únicamente a la propensión que cada uno tiene de explicar las cosas usando sus propios criterios y normas. Hay algo más, y no es de poca importancia: no sólo cada cual se las apaña para explicar o justificar el mundo con las armas que Natura le dio, sino que además pretende legislar para todos sobre la base de las leyes que mejor le sientan a su clase.
Vamos a los ejemplos.
Mientras los intelectuales pretenden fundar toda dignidad (empezando por la suya propia) en el pensamiento y la fina argumentación, los brutos recurren a la brutalidad no sólo para defenderse de la burla de los primeros sino también (últimamente se ve ésto en la exhibición desembozada del orgullo de ser bruto) para recuperar una cuota de autoestima. Mientras los marxistas reivindican la debilidad del proletariado, su nobleza de espíritu y las injusticias que padece como base moral del derecho que reclaman, los halcones liberales reivindican la astucia, la agresividad y la audacia de unos pocos para legitimar su dominio sobre la mayoría.
Sería un despropósito que un marxista tratase de fundar su defensa del proletariado basándose en la mayor astucia y agresividad de éste. Tan absurdo como que un banquero defendienda su posición argumentando pobreza y debilidad.
Esto parece algo trivial y sonso, pero a mi juicio no lo es tanto. Si bien resulta natural que cada cual reclame por lo que considera que le corresponde y reivindique su posición sobre la base de las características para las que está mejor dotado, ocurre que por lo general el susodicho reclamante va un paso más allá y pretende que precisamente las características que mejor domina y en las que tiene una ventaja comparativa respecto del resto sean casualmente las que deben ser consideradas como baremo o medida para juzgar quién es mejor o peor, quién será el triunfador y quién el perdedor del juego global.
Resumiendo, cada cual pretende basar sobre las virtudes que sustentan sus propias ventajas comparativas, una escala de “valores universales”.
Ejemplo: para un intelectual, alguien que se eleva con el pensamiento por encima del mundo concreto es superior a un despreciable bruto. Para éste, en cambio, que habita el mundo de las “cosas reales” y consigue todo lo que necesita utilizando la fuerza bruta, la charlatanería impotente del intelectual resulta claramente inferior. Para un liberal de derecha, el hombre que no gana suficiente dinero no tiene valor. Para un marxista, el hombre que funciona por fuera del engranaje social no sólo carece de valor, sino que es un despreciable predador del prójimo.
En principio, tenemos miedo de adjudicar valor a características positivas de las que carecemos: el intelectual se siente inepto para operar en el mundo de las cosas concretas, por ende descalifica ese mundo. Lo propio hace el bruto, que no entiende una palabra de lo que dice el intelectual, o es demasiado perezoso para esforzarse en comprenderlo. El rico desprecia a quienes ejercen la solidaridad social, pues es incapaz de ella. El pobre desprecia al rico, pues es incapaz de generar riqueza o de multiplicarla.
Ese miedo a reconocer en otros la potencia allí donde somos impotentes se agudiza en los tiempos que corren: hoy en día hay muchos intelectuales diciendo cosas por ahí pero muy pocos reciben alguna atención, si es que la reciben, por parte del resto; hay muchos hombres capaces de ejercer la fuerza pero las máquinas (tanto en la producción como en la guerra) permiten prescindir cada vez más de la fuerza bruta humana; hay muchos empresarios defensores del libre comercio que sin embargo se ven obligados- para no desaparecer- a cartelizarse en un escenario de creciente concentración corporativa. Hay muchos socialistas o “progresistas” defensores del bienestar social que- incapaces de dar solución a los problemas concretos y ante la perspectiva de ser dejados de lado por aquellos a quienes dicen defender- se atrincheran en las burocracias gobernantes y sostienen sus privilegios a costa de asfixiar contribuyentes.
En una sociedad donde hay demasiados “maestritos” con sus “libritos”, todos pretendiendo evangelizar y legislar el mundo según su particular perspectiva, la sensación de impotencia es generalizada, y no deberíamos sorprendernos de ello: ningún organismo puede funcionar con sólo algunos de sus órganos. Los necesita a todos por igual: los brutos, los intelectuales, los liberales, los socialistas, los compasivos y los crueles, los constructores y los destructores. Todos son igualmente útiles, si trabajan en el lugar correcto.
Todos estamos en el mismo barco, y todas esas visiones del mundo- nacidas de una fortaleza y de una debilidad de cada uno- son igualmente necesarias. En una sociedad se necesita quien piense, pero también quien utilice la fuerza bruta; se necesita quien ejerza la solidaridad, pero también se necesita quien arriesgue y compita para mejorar.  La pretensión de imponer cualquier visión del mundo de manera unívoca o como sistema cerrado está condenada al fracaso.
Entonces, ¿por qué no nos sentamos todos a una misma mesa, y dialogamos e integramos nuestras diferentes fortalezas, en lugar de dilapidar todas nuestras energías en pretender desacreditar las fortalezas del otro, llevados por el miedo y la impotencia?


miércoles, 29 de mayo de 2019

REFLEXIONES: NATURA Y TOTALITARISMO


I
La naturaleza no favorece el desarrollo del pensamiento, porque a quienes piensan demasiado, la naturaleza suele escamotearles el don de la descendencia. Pero los pensadores nos consolamos con la idea de que un pensamiento puede vivir mucho más que un individuo, puede fecundar más mentes y tener más futuro que un linaje familiar. Sin embargo, ¿de qué vale un pensamiento sin seres de carne y hueso capaces de hacerse eco de él?

II
La evolución natural favorece el pensamiento único, absolutista, y cerrado en sí mismo, propio de los sistemas totalitarios. O sea: la gente que está SEGURA de que las cosas son como ellos dicen que son, es la que ordinariamente triunfa en el orden natural, aplastando sin piedad a los irresolutos, dubitativos y pusilánimes.
La naturaleza, pues, premia las certezas y desfavorece la duda.  ¿Por qué esto habría de ser así? Pues por algo muy sencillo: la duda es peligrosa para la naturaleza, pues todo pensamiento reflexivo tiene el poder de construir sistemas “autorregulados”, o sea sistemas vivientes con aspiracion – y potencial capacidad-  de autonomía. La duda sistematizada es capaz de darle “organicidad” a la incertidumbre, y convertir al sistema humano de pensamiento en una “segunda naturaleza” capaz de competir con la primera.
Esto es algo que Natura- la verdadera, la original- no se puede permitir.
Habilitando en cambio el triunfo del pensamiento totalitario, Natura se protege de una competencia indeseable. El pensamiento absoluto siempre será, en virtud de su rigidez, vulnerable ante los poderes naturales con capacidad autorregulatoria.

La misma certeza que dentro del orden natural le permite el triunfo al pensamiento totalizador, asegura a la vez que este triunfo sea siempre pasajero, o sea asegura su caducidad.

Hoy la humanidad se encuentra frente a esa disyuntiva a escala global: construir poder (autocracia basada en certezas para afirmar el propio poder, aún sabiendo que dicho poder será indefectiblemente vencido, como viene ocurriendo desde el inicio de los tiempos), o construir versatilidad y permanencia (una segunda naturaleza humana, una naturaleza artificial basada en la en la autorregulación y la interdependencia, lo que supone erradicar el pensamiento totalitario)

POLITICA: SOBRE LA LIBERTAD ENSAMBLADA EN LA ERA DEL HOMBRE-FLUJO

Desde siempre, el hombre tuvo una obsesión recurrente: la de la contaminación de su ser o su voluntad, la de la enajenación o esclavitud de su persona, la de la sujeción y dependencia de una entidad externa. El pavor de convertirse en una marioneta al servicio de otro subyace en multitud de mitos e historias desde los albores del tiempo. Con escasas variaciones ese temor se despliega de manera subterránea y subliminal en el imaginario social, al punto tal que muchas veces, sin darnos cuenta, significamos los hechos- y actuamos en consecuencia- sobre la base de esta amenaza de “posesión” por alguna entidad externa.
Vamos a los ejemplos para que se entienda.
Todos conocemos esas novelas o películas de ciencia ficción donde de pronto unos alienígenas toman el control de los humanos mediante el subterfugio de infiltrar sus cerebros o sus cuerpos (Amos de Títeres, Usurpadores de Cuerpos, Invasión Extraterrestre, etc….) Estas historias nos fascinan porque reflejan el sentimiento inconsciente de pavor que nos produce la idea de que nuestro cuerpo o nuestra mente puedan ser “hackeadas” para ponerlas al servicio de otros, permitiendo así que seres extraños tomen el control de nuestras vidas, o de nuestras energías.
En el caso del mito vampírico- un caso puntual de la idea general del parasitismo- , la víctima es privada de su fluído vital para dar vida al vampiro. Se convierte así en un “medio de subsistencia” para el parásito, cuando no un medio para su reproducción (como en Alien, por ejemplo, donde el humano se convierte sin más en una incubadora viviente)
Este terror ancestral se funda en una idea amenazante: la posibilidad de que el hombre deje de ser un fin en sí mismo y se convierta en un “medio” para servir a la existencia de otros.
Reflexionando sobre estos asuntos remanidos y no tan ficcionales como uno podría suponer, reparé en que este imaginario tiene una raíz que se extiende mucho más allá de los relatos de ficción: incluso la ciencia se ha valido de él para explicar algunos asuntos. Confieso que fue una revelación toparme con un texto del biólogo Dawkins que recurre a la misma idea base: su concepto del gen egoísta no hace otra cosa que recurrir a la vieja idea de la posesión, pero camouflada bajo un manto darwiniano.
Según Dawkins, somos marionetas al servicio de nuestros genes. Sin demasiado maquillaje, lo que tenemos aquí es a nuestro genoma convertido en…. ¡un “Amo de Títere”! La conducta del hombre común, sus elecciones, sus propósitos más banales, todo estaría según Dawkins determinado por estos pequeños “Amos” interiores, que desean cumplir su voluntad de perpetuarse y nos manejan a su antojo como marionetas.
Alentado por este hallazgo, mi mente siguió divagando y no tardé en encontrar las versiones políticas del mismo leit-motiv.
En la crítica marxista del capitalismo, por ejemplo, el hombre es “alienado” por el Capital, y vive para cumplir la meta reproductiva (e inhumana) de este último.
Los liberales, curiosamente, no se quedan atrás: postulan que el hombre es esclavo del Mercado, quien lo obliga a actuar de manera muchas veces inhumana para poder sobrevivir. En la crítica del comunismo totalitarista, no hay que esforzarse mucho para encontrar el Amo en el Partido y sus designios inescrutables.
Con este imaginario en mente, la idea de LIBERTAD que habitualmente conocemos hasta ahora, y el consiguiente ideal de liberar al hombre de la esclavitud o servidumbre aparece más bien como la consecuencia de una concepción del hombre como un ser colonizado, parasitado o enajenado, y básicamente irresponsable.
Para conquistar la anhelada LIBERTAD, dicho hombre debe sacudirse de encima al vampiro, al explotador, al parásito: sólo podrá ser dueño de sí mismo cuando el círculo se cierre sobre su propia existencia (cuando él y sólo él esté en control de sus acciones, y sea el único beneficiario de las mismas, vale decir cuando cada hombre sea el fin de sí mismo, y no un medio para favorecer a otros seres). Según este modo de ver, para conseguir este tipo de LIBERTAD el hombre debe cerrar la puerta a los influjos que lo alejan de sí mismo, debe cuidar de no contaminarse con influencias externas, y sobre todo, debe evitar toda acción que pueda favorecer a otro que no sea sí mismo.
Llamaré a este tipo de LIBERTAD, la “LIBERTAD CISMÁTICA”, porque se afianza en la separación, en el apartamiento, y reivindica pautas identitarias como la pureza de raza, moral, etc.
Esta LIBERTAD CISMÁTICA es el resultado de pensar al hombre como una cosa dentro de sus límites, y a la LIBERACIÓN como una ausencia de colonización, parasitación o enajenación, vale decir como la “purificación” de dicha cosa de cualquier elemento contaminante o condicionante.
Este tipo de libertad es la que asociamos por ejemplo a la vida del asceta, del eremita, del misántropo, o incluso del hombre muy rico o muy poderoso. Pero también es el concepto de libertad que conocemos y aplicamos más frecuentemente, y el que reivindican todas las doctrinas de la “liberación” hasta ahora conocidas.

Pero resulta que todo esto es un absurdo natural, cuando no un imposible.
¿Por qué?
Porque sabemos que el hombre no es una cosa fija y acabada, como casi ningún existente lo es: el hombre es un sistema en equilibrio dinámico, el hombre es un flujo más en una cadena de flujos energéticos, apenas una configuración que se sostiene en todo momento gracias a que recibe afluencias y cede efluencias. Toma y da. Es lo que es gracias al intercambio, y no puede prescindir de él. Y si bien en ese proceso construye una identidad propia, ya no es la identidad fija establecida por algún Dios o designio trascendente, sino que se trata de una identidad autoconstruída, fluida e inestable: interdependiente. Su riqueza consiste precisamente en dicha fluidez e interdependencia, características que le permiten adaptarse y sobrevivir. En un artículo posterior retomaré el concepto de identidad-mestizaje con base en esta nueva perspectiva del hombre-flujo, pero ahora quisiera volver al tema que nos ocupa: la libertad.

¿Cómo pensar la libertad del hombre,  en este nuevo contexto o bajo este nuevo paradigma? Lo primero que salta a la vista es que siendo el hombre un eslabón de una cadena de flujos, es imposible no tener condicionamientos, como también es imposible no exponerse a influencias externas.
Es más: un hombre realmente emancipado- aislado de la cadena de flujos- no tendría ningún sentido, como no lo tiene una máquina que no se utiliza para nada.
El empresario liberal sabe por cruda experiencia que si su producto no sirve eficientemente al Mercado, su empresa desaparecerá, y esa es la realidad subyacente que lo condiciona y de la cual depende. El obrero por su parte se ve obligado a servir al empresario, aunque a diferencia de éste considera esta dependencia una injusticia, una coacción de su libertad, una alienación. Por último, para servir al bienestar de todos (y abolir la esclavitud del empresario a los mercados y de los proletarios a los patrones) el comunismo propone y exige a cambio entregar la libertad personal al Partido.
Vemos entonces que la reclamación de libertad entendida como “hacer sólo lo que es conveniente para uno” y “no tener condicionamiento alguno de terceros”, o sea el reclamo de LIBERTAD CISMÁTICA, es siempre deshonesto, venga del espectro político que venga, lo esgriman liberales, conservadores o marxistas. ¿Por qué? Pues porque todos los que declaman esta pretensión no aspiran a otra cosa, en definitiva, que a convertirse ellos en Amos. Y como en este paradigma la idea de libertad está muy asociada con la de identidad, la misma idea de “libertad de un opresor”-que marcó la “era de las emancipaciones”- viene frecuentemente acompañada de otras ideas igualmente cosificadoras del ser humano, como la idea de “raza pura” o “identidad nacional”, dirigidas a excluir a todos aquellos sospechados de contaminación o impureza.

Bajo esta idea de FLUJO- que viene de la física- los conceptos de libertad e independencia, así como el concepto de poder, deben necesariamente evolucionar.

La libertad no puede concebirse ya como una voluntad cerrada sobre sí misma, la autonomía no puede concebirse como aislamiento, y el poder no puede concebirse como una potencia estanca que se acumula y se concentra en unas pocas manos.

Por el contrario, si el hombre es un flujo, el poder se incrementa con su dispersión, la autonomía se incrementa con el intercambio, y sus grados de libertad se incrementan con la interdependencia volitiva.

Veamos cada punto por separado.

Que el poder se afianza cuanto más se dispersa, fue la enseñanza de Foucault cuando mostró cómo la “deslocalización” y “polimorfismo” del poder favorece ampliamente su capacidad de supervivencia frente a ataques (¿a quién atacar cuando no existe una cabeza visible?) El poder se ha vuelto más abstracto y distribuido, y más estable por ello mismo. Personalmente no creo que se distribuya de manera homogénea, estoy simplificando un poco porque no es el fin de este artículo profundizar en cada punto, pero sí creo que está más distribuido que un par de siglos atrás.

Que la autonomía se incrementa con el intercambio tiene lógica: es previsible que cuanto mayor es el espectro de intercambio que posea una comunidad, mayores son sus márgenes de maniobra en caso de escasez de insumos o superabundancia de producción, por lo tanto su autonomía es mayor que si dependiera exclusivamente de un acotado número de proveedores o compradores. Lo mismo es válido para el mundo de las mercancías intangibles, culturales, científicas, industriales, etc. Hoy en día, el caso de Huawei sirve para ilustrar el grado de interdependencia de la sociedad global.

Por último, cuando decimos que la libertad se expande con la interdependencia de la voluntad de otros, estamos construyendo una alternativa a la LIBERTAD CISMÁTICA: la llamaré LIBERTAD ENSAMBLADA o libertad interdependiente.

En esta nueva LIBERTAD ENSAMBLADA, existe la obligación de reconocer la interdependencia mutua, la cual no se considera un factor limitante- es más, se la pondera como la condición que permite alcanzar mayores grados de libertad en conjunto. Su ideal no es la “pureza” o el “solipsismo”, ni la pretensión de ser “único origen y beneficiario” de todas las decisiones y actos propios y ajenos (hacer lo que nos da la gana y obligar a otros a que satisfagan nuestros propios placeres y necesidades), sino más bien alcanzar un adecuado “ensamblaje” en la cadena de flujos que forma la sociedad humana, tener un “buen pasar” por ese escenario cambiante, aportando lo propio, lo que cada uno mejor sabe aportar, a los demás en calidad de “SERVICIO”: en especial, un servicio que incremente la libertad del otro, que libere al otro un poquito siquiera, de sus ataduras.
Los beneficios que otorga este arreglo de la voluntad de unos a los otros y que se materializa en el acto del SERVICIO mutuo, son inestimables.
Alguien puede cuestionar esta postura diciendo que los actos de servicio mutuo deberían ser equiparables para ser justos, cosa que es imposible de lograr, pues el aporte que puede hacer un trabajador individual son ínfimos respecto de los que puede hacer por ejemplo una corporación.
Sin embargo, el punto acá en discusión no es la CANTIDAD, sino la CALIDAD del acto. Que un servicio sea ínfimo no quiere decir que sea nulo o carezca de importancia.  El cambio de perspectiva implica reconocerse parte de un flujo y supone asumir que TODAS LAS PARTES son igualmente necesarias, sin importar el tamaño o peso de las mismas. Un pequeño tornillo mal puesto por un empleado que gana 5000 U$S, puede ser mucho más importante durante el vuelo que la mala decisión de un piloto que gana 40000 U$S. ¿Debería por esa razón el empleado pretender ganar U$S 40000? Claramente no, porque la capacitación necesaria para una tarea y la otra son muy diferentes, y también lo son las competencias y compromisos. Sin embargo, es crucial que el operario y el piloto sirvan su función de la manera más dedicada posible, con el mayor esmero posible- no porque estén siendo “esclavizados” y “controlados” por un celoso capataz o jefe de personal, sino porque reconocen la importancia del servicio que prestan al prójimo, y son conscientes de que ese servicio, aunque mínimo, es capital para la construcción de la libertad propia y la ajena (la libertad ampliada, ensamblada[1]).
Muchos se sonreirán pensando que mi propuesta es utópica o ingenua.
Aunque más se sorprenderán de saber que el mismo Papa – y yo no soy católico, aclaro- no se cansa de repetir que “el (nuevo) poder es el servicio”. ¿Casualidad?

Reconozco sin embargo que para que este arreglo funcione es necesario respetar un par de premisas: la primera, aceptar la interdependencia que tenemos no sólo respecto de los demás, sino también respecto del medio ambiente. La segunda, ocupe el lugar que ocupe cada uno en la cadena de flujos, ningún hombre puede vivir humillado y reducido a esclavitud o excluído de la naturaleza humana (esa experiencia reafirmaría en él la convicción de que el hombre es efectivamente una cosa, que dicha cosa ha sido apropiada por una entidad parasitaria, y que la liberación implica sacudirse a todos los parásitos de encima. En palabras más simples: el estado de opresión material y espiritual cosifica a las personas, y no  permite apreciar- ni al amo ni al esclavo- su verdadera condición de flujo interdependiente. Para peor, los engaña a ambos con una promesa tan ilusoria como ineficaz: al amo con la ilusión del PODER AUTARQUICO (léase Trump), y al otro con la ilusión de la LIBERTAD CISMÁTICA (léase movimientos de liberación tradicionales, definidos básicamente por el prefijo anti-, que prometen liberar al sometido de la entidad parasitaria)
La tercer condición que veo como necesaria es la “dispersión” de la responsabilidad, una dispersión paralela a la del poder.
Quien engaña y taima a los demás, quien utiliza a los demás como un medio, no puede sino esperar que lo utilicen y exploten. Quien cosifica a los demás, no puede esperar sino ser cosificado, y verse envuelto en el juego de las luchas revolucionarias que tienen por horizonte fallido la LIBERTAD CISMÁTICA.
La responsabilidad para con el prójimo no puede ser potestad ni del gobierno ni de los empresarios ni de los poderosos únicamente: primero y principal- por una cuestión de número- es un asunto de la ciudadanía toda. En la medida en que cada uno asuma su parte de responsabilidad hacia sus prójimos, se sentirá fuerte como para exigirla en los demás. Quien ha decidido servir a los demás, exigirá que otros le sirvan. El lema aquí es: Sirva a su prójimo (pero desde su más íntima convicción, no por obligación o presión externa), y adquiera así el derecho de exijir que su prójimo le sirva.

¿Cuáles son, en suma, las diferencias de la LIBERTAD ENSAMBLADA con el anterior paradigma de la LIBERTAD CISMÁTICA?

Claramente, en la LIBERTAD ENSAMBLADA, el trabajo y el servicio no son vistos como una condena ni una esclavitud ni una humillación, sino por el contrario como la honrosa oportunidad de formar parte de la humanidad y de expandir la libertad en sentido amplio. El trabajo y el servicio al prójimo son una obligación que alcanza a cualquier integrante de la cadena de flujos, trabaje en una línea de montaje, en un puesto del mercado en Estambul, o en el salón oval de la Casa Blanca. La participación en dicho ensamblaje, con el consecuente compromiso, y no la desvinculación y el aislamiento, es lo que garantiza y amplía la libertad.




[1] Aclaro que me refiero aquí al ámbito social. Por fuera de este aporte a lo que llamo aquí libertad ensamblada social, obviamente, reivindico la necesidad de un espacio de libertad individual esencial (el hacer lo que nos da la gana en el ámbito de nuestra vida privada, pero eso es otro cantar)


martes, 8 de enero de 2019

POLITICA: LA GRIETA ARGENTINA Y LA SOMBRA DE DORIAN GRAY


Hemos llegado a convencernos de que la grieta argentina es el enfrentamiento entre dos bandos que piensan distinto, cada uno de los cuales se aferra a principios que ama y defiende- y supuestamente encarna en su propia vida-, combatiendo en la persona de los opositores aquellos principios que denosta y que según él los otros encarnan de manera funesta.
Puede que así sea pero… ¿Y si no fuera tan así?

Carl Gustav Jung fue un médico austríaco que describió un fenómeno muy frecuente, pero que tendemos a pasar por alto: que las personas solemos ver la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio. Jung fue todavía un paso más allá y  aventuró además que esa paja no está realmente allí, sino que la ponemos nosotros. Al margen de la veracidad científica de esta suposición nacida del psicoanálisis (si es que al psicoanálisis se le puede atribuir algun cariz científico) lo que nos interesa aquí es su valor explicativo: Jung postuló que todos proyectamos hacia fuera lo que nos desagrada de nosotros mismos, y por esa cualidad esquiva a la visión, llamó SOMBRA a dicha proyección. Como una especie de manto, nuestra sombra se posa sobre el otro, confiriéndole inmediatamente las cualidades de indigno, repugnante, agresivo, etc.

Me serviré de esta figura hipotética para tratar de elaborar una visión más piadosa de la grieta, y más humana tal vez. Que permita reformularla.
No voy a hablar de planes económicos, de neoliberalismos versus populismos, de justicia social versus teoría del derrame, de nacionalismo versus extranjerismo, ni todas las categorías que se pueden imaginar para- justamente- caracterizar la grieta. Porque sería imposible en este artículo y porque además es inútil perderse en la cantidad de argumentos que pueden encontrarse para construir dos visiones opuestas de la realidad tan abstrusamente maniqueas.

En vez de eso, voy a centrarme en el resultado final de todas estas construcciones- que se pergreñan de un lado y del otro a través de infinitas usinas mediáticas- y que es la afirmación que sigue: “Yo tengo la razón y tú estás equivocado

Esta es una sentencia sencilla, potable, que podemos analizar mejor, y que nos ayudará a comprender lo que puede ir “por detrás” del mecanismo de la grieta.
Vemos, en primer término, que de lo que se trata es de convencer al bando contrario de su error. Tendemos a pensar que naturalmente esta vocación de convencimiento procede de una serie de certezas y principios obtenidos trabajosamente a fuerza de analizar la realidad. Sin embargo, este empeño no necesariamente proviene en todos los casos- ni en la mayoría de ellos- de la propia convicción: puede más bien ocurrir, por ejemplo, que poner al otro en el lado equivocado resulte imperiosamente necesario para confirmar que somos nosotros quienes quedamos del lado correcto. Y que necesitemos esa confirmación precisamente porque albergamos dudas al respecto de nuestras reales convicciones…
A nadie le gusta ser incoherente, pero lamentablemente hay mucho de incoherencia y ambivalencia y ambigüedad en la naturaleza humana. El Yo soluciona el problema “exportando la basura” y proyectándola en los demás.
Veamos cómo funciona. Supongamos que el sujeto A, un habitante de la Argentina de la grieta, ha decidido tener la valentía de cuestionarse el precepto X. Su pensamiento discurre de la siguiente manera:

 “No estoy realmente muy seguro de que X sea lo mejor. Pero allí afuera hay un sujeto B que afirma que lo mejor es Y, o sea exactamente lo contrario a X…  Si él tuviera razón, yo estaría equivocado. Pero yo no puedo estar equivocado, de modo que afirmaré a rajatabla que él es quien está equivocado, y mis dudas se han disipado: ahora ya puedo estar seguro de que X es lo mejor.”

De este modo, la angustiosa duda sobre sí mismo, en un entorno de grieta, tiende a desaparecer, dando lugar al establecimiento de certezas y reaseguros a priori, lo que se ha dado en llamar “polarización”.

Esta polarización se monta sobre un espíritu cada vez menos crítico, poco tolerante a las diferencias y a la angustia que produce la incertidumbre. Y el debate en torno a X o Y se torna superfluo. Hasta podría tratarse de la misma cosa pintada de diferente color o vista desde diferente ángulo: el único requisito es que una postura sea sostenida por un bando y la otra por el otro.

El segundo efecto notable de este mecanismo es la aniquilación de la autocrítica y del pensamiento libre. Ahora todo se ha transformado en un juego de espejos, una secuela pesadillesca del retrato de Dorian Gray. Todo lo que veo en mí como un error, todo lo que me desagrada, lo proyecto en ese odioso retrato, mientras conservo para mí la belleza, la razón y la verdad. El retrato sufre los castigos que resultan de una vida errada y perversa, y es condenado a vivir oculto en el ático, cubierto con un paño (que curiosamente impide su visión). Mientras el retrato y sus pecados (los otros malditos) estén en el lado incorrecto, yo podré estar seguro de que sigo en el lado correcto, circulando alegremente por el lado luminoso de la vida. Y eso es todo lo que importa.

¿Cuándo hace crisis esta solución? Cuando podemos ver que ese retrato somos nosotros mismos, cuando desnudamos nuestra ambivalencia y nuestra imperfección. Tarea por demás difícil.  En la película “I nostri ragazzi”, el hermano médico no puede conciliar la imagen autoconstruída de bondad y altruísmo social con su rol de “cómplice de asesinato”, y así como Dorian Gray destruye el cuadro, la imagen donde había proyectado la maldad, el médico opta por “matar al mensajero”, aquel sobre el cual él había proyectado -como maldad del sistema- su propia sombra.
¿Qué consecuencias tiene esto para nuestra grieta? ¿Podemos aprender algo, tal vez otra manera de lidiar con ella de manera más constructiva?
Como no sabemos por dónde empezar, un procedimiento útil puede ser plantearnos preguntas hipotéticas.

Primer pregunta (la más obvia): ¿Y si no tuviésemos, en el fondo, visiones tan diferentes como creemos tener? ¿Cuáles son las similitudes en la visión del otro con mi propia visión?
Seguramente a alguno le parezca esto una simplificación ingenua, y está en todo su derecho de pensar así. Pero consideremos que no se trata de una afirmación, sino de una posibilidad que dejamos abierta. El hecho de tener presente que la visión del otro puede ser más parecida a la mía de lo que a priori estoy dispuesto a aceptar, o que el considerar posturas alternativas o suspender las propias certezas  no implica un menoscabo sino una oportunidad de crecimiento o enriquecimiento, puede ser un terreno fértil para “desactivar” las proyecciones.
Centrarse en las similitudes y no en las diferencias puede ayudar.

Segunda Pregunta: ¿Y si hubiera varias soluciones posibles, en vez de una sola solución? ¿Cuáles son las OTRAS soluciones posibles?
La idea de que hay UN SOLO CAMINO o UNA SOLA Y UNICA POSIBILIDAD de reaccionar debe ser desterrada. Cuando escuchemos que “no hay otro camino” que el que nos proponen, probablemente estamos acercándonos al abismo. La realidad siempre es mucho más compleja y jamás hay una sola solución para las cosas. El esfuerzo debe estar en encontrar las OTRAS soluciones.

Tercera Pregunta: ¿Creo HONESTAMENTE que los principios que reivindico deben ser defendidos in toto? ¿Son estos principios absolutos,  del tipo “ todo o nada”? ¿O tienen sus lados grises que ameritan una revisión más cuidadosa?
Por ejemplo, puede usted estar de acuerdo con el respeto de derechos laborales básicos, pero en contra del uso abusivo de estos derechos que hacen a veces los trabajadores y que perjudican a quienes no acceden todavía a un empleo. O puede usted estar de acuerdo con una economía de libre mercado, pero considera que el Estado, aún sin intervenir mayormente en la vida económica de las empresas, debe retener para sí una función reguladora en ciertas áreas específicas como la educación, la salud, la defensa, etc.

Gran parte de las “falsas antinomias” surgen del etiquetamiento “in toto” de las posturas. Desactivar esta “aceptación en bloque” de posturas ideológicas requiere de poner en juego mucha HONESTIDAD y desactivar el AUTOENGAÑO y la hipocresía.

Cuarta pregunta: ¿Estoy siendo realmente sincero conmigo mismo al sostener esta postura? ¿Cuánto hay de odio irracional, de miedo ante la incertidumbre o lo desconocido, o de mezquino interés en mi defensa de esta posición, o simplemente ganas de pelear?
Puede darse el caso de que se sostenga una posición basándose en una especie de “odio visceral heredado”- como ejemplo de esto tenemos el antiperonismo de unos cuantos y el antigorilismo de otros- el cual analizado fríamente, no tiene mayor sustento hoy día que el de un vacío “river-contra-boca” (que algunos lamentablemente utilizan para avivar llamas de odio). O puede que alguien sostenga la pretensión de no pagar ningún impuesto a la exportación de grano argumentando el libre comercio, cuando en verdad sólo lo hace por defender sus ingresos económicos. Si fuera sincero consigo mismo, debería reconocer que no hay ninguna manera honesta y sincera de evadir un impuesto nacional, en vez de despotricar contra quienes se lo exigen para bien del país. O alguien puede negarse a una reforma educativa por temor a la incertidumbre o al hecho de que durante cuarenta años ha funcionado bajo un determinado sistema y tiene miedo de no poder adaptarse; prefiere entonces oponerse al cambio argumentando (deshonestamente y contra toda evidencia) que se pretende destruir el sistema educativo, o negando (también deshonestamente) que ese sistema educativo ya está obsoleto y debe ser reformado.

Muchas otras preguntas podrían plantearse al respecto. Todas deben ir en el sentido de mirarse al espejo. ¿Estamos siendo honestos y sinceros? ¿Es lo que sostenemos el producto de nuestra convicción, o solamente una atalaya desde donde, atrincherados, intentamos dejar al enemigo en falta, en el error, en la incorrección, sólo para sentir las cálidas caricias de la autoindulgencia, el tibio confort de aquel que se sabe bien parapetado en la verdad, en la justicia, y en la corrección política?