Vamos a los ejemplos para que se entienda.
Todos conocemos esas novelas o películas de ciencia ficción donde de pronto unos alienígenas toman el control de los humanos mediante el subterfugio de infiltrar sus cerebros o sus cuerpos (Amos de Títeres, Usurpadores de Cuerpos, Invasión Extraterrestre, etc….) Estas historias nos fascinan porque reflejan el sentimiento inconsciente de pavor que nos produce la idea de que nuestro cuerpo o nuestra mente puedan ser “hackeadas” para ponerlas al servicio de otros, permitiendo así que seres extraños tomen el control de nuestras vidas, o de nuestras energías.
En el caso del mito vampírico- un caso puntual de la idea general del parasitismo- , la víctima es privada de su fluído vital para dar vida al vampiro. Se convierte así en un “medio de subsistencia” para el parásito, cuando no un medio para su reproducción (como en Alien, por ejemplo, donde el humano se convierte sin más en una incubadora viviente)
Este terror ancestral se funda en una idea amenazante: la posibilidad de que el hombre deje de ser un fin en sí mismo y se convierta en un “medio” para servir a la existencia de otros.
Reflexionando sobre estos asuntos remanidos y no tan ficcionales como uno podría suponer, reparé en que este imaginario tiene una raíz que se extiende mucho más allá de los relatos de ficción: incluso la ciencia se ha valido de él para explicar algunos asuntos. Confieso que fue una revelación toparme con un texto del biólogo Dawkins que recurre a la misma idea base: su concepto del gen egoísta no hace otra cosa que recurrir a la vieja idea de la posesión, pero camouflada bajo un manto darwiniano.
Según Dawkins, somos marionetas al servicio de nuestros genes. Sin demasiado maquillaje, lo que tenemos aquí es a nuestro genoma convertido en…. ¡un “Amo de Títere”! La conducta del hombre común, sus elecciones, sus propósitos más banales, todo estaría según Dawkins determinado por estos pequeños “Amos” interiores, que desean cumplir su voluntad de perpetuarse y nos manejan a su antojo como marionetas.
Alentado por este hallazgo, mi mente siguió divagando y no tardé en encontrar las versiones políticas del mismo leit-motiv.
En la crítica marxista del capitalismo, por ejemplo, el hombre es “alienado” por el Capital, y vive para cumplir la meta reproductiva (e inhumana) de este último.
Los liberales, curiosamente, no se quedan atrás: postulan que el hombre es esclavo del Mercado, quien lo obliga a actuar de manera muchas veces inhumana para poder sobrevivir. En la crítica del comunismo totalitarista, no hay que esforzarse mucho para encontrar el Amo en el Partido y sus designios inescrutables.
Con este imaginario en mente, la idea de LIBERTAD que habitualmente conocemos hasta ahora, y el consiguiente ideal de liberar al hombre de la esclavitud o servidumbre aparece más bien como la consecuencia de una concepción del hombre como un ser colonizado, parasitado o enajenado, y básicamente irresponsable.
Para conquistar la anhelada LIBERTAD, dicho hombre debe sacudirse de encima al vampiro, al explotador, al parásito: sólo podrá ser dueño de sí mismo cuando el círculo se cierre sobre su propia existencia (cuando él y sólo él esté en control de sus acciones, y sea el único beneficiario de las mismas, vale decir cuando cada hombre sea el fin de sí mismo, y no un medio para favorecer a otros seres). Según este modo de ver, para conseguir este tipo de LIBERTAD el hombre debe cerrar la puerta a los influjos que lo alejan de sí mismo, debe cuidar de no contaminarse con influencias externas, y sobre todo, debe evitar toda acción que pueda favorecer a otro que no sea sí mismo.
Llamaré a este tipo de LIBERTAD, la “LIBERTAD CISMÁTICA”, porque se afianza en la separación, en el apartamiento, y reivindica pautas identitarias como la pureza de raza, moral, etc.
Esta LIBERTAD CISMÁTICA es el resultado de pensar al hombre como una cosa dentro de sus límites, y a la LIBERACIÓN como una ausencia de colonización, parasitación o enajenación, vale decir como la “purificación” de dicha cosa de cualquier elemento contaminante o condicionante.
Este tipo de libertad es la que asociamos por ejemplo a la vida del asceta, del eremita, del misántropo, o incluso del hombre muy rico o muy poderoso. Pero también es el concepto de libertad que conocemos y aplicamos más frecuentemente, y el que reivindican todas las doctrinas de la “liberación” hasta ahora conocidas.
Pero resulta que todo esto es un absurdo natural, cuando no un imposible.
¿Por qué?
Porque sabemos que el hombre no es una cosa fija y acabada, como casi ningún existente lo es: el hombre es un sistema en equilibrio dinámico, el hombre es un flujo más en una cadena de flujos energéticos, apenas una configuración que se sostiene en todo momento gracias a que recibe afluencias y cede efluencias. Toma y da. Es lo que es gracias al intercambio, y no puede prescindir de él. Y si bien en ese proceso construye una identidad propia, ya no es la identidad fija establecida por algún Dios o designio trascendente, sino que se trata de una identidad autoconstruída, fluida e inestable: interdependiente. Su riqueza consiste precisamente en dicha fluidez e interdependencia, características que le permiten adaptarse y sobrevivir. En un artículo posterior retomaré el concepto de identidad-mestizaje con base en esta nueva perspectiva del hombre-flujo, pero ahora quisiera volver al tema que nos ocupa: la libertad.
¿Cómo pensar la libertad del hombre, en este nuevo contexto o bajo este nuevo paradigma? Lo primero que salta a la vista es que siendo el hombre un eslabón de una cadena de flujos, es imposible no tener condicionamientos, como también es imposible no exponerse a influencias externas.
Es más: un hombre realmente emancipado- aislado de la cadena de flujos- no tendría ningún sentido, como no lo tiene una máquina que no se utiliza para nada.
El empresario liberal sabe por cruda experiencia que si su producto no sirve eficientemente al Mercado, su empresa desaparecerá, y esa es la realidad subyacente que lo condiciona y de la cual depende. El obrero por su parte se ve obligado a servir al empresario, aunque a diferencia de éste considera esta dependencia una injusticia, una coacción de su libertad, una alienación. Por último, para servir al bienestar de todos (y abolir la esclavitud del empresario a los mercados y de los proletarios a los patrones) el comunismo propone y exige a cambio entregar la libertad personal al Partido.
Vemos entonces que la reclamación de libertad entendida como “hacer sólo lo que es conveniente para uno” y “no tener condicionamiento alguno de terceros”, o sea el reclamo de LIBERTAD CISMÁTICA, es siempre deshonesto, venga del espectro político que venga, lo esgriman liberales, conservadores o marxistas. ¿Por qué? Pues porque todos los que declaman esta pretensión no aspiran a otra cosa, en definitiva, que a convertirse ellos en Amos. Y como en este paradigma la idea de libertad está muy asociada con la de identidad, la misma idea de “libertad de un opresor”-que marcó la “era de las emancipaciones”- viene frecuentemente acompañada de otras ideas igualmente cosificadoras del ser humano, como la idea de “raza pura” o “identidad nacional”, dirigidas a excluir a todos aquellos sospechados de contaminación o impureza.
Bajo esta idea de FLUJO- que viene de la física- los conceptos de libertad e independencia, así como el concepto de poder, deben necesariamente evolucionar.
La libertad no puede concebirse ya como una voluntad cerrada sobre sí misma, la autonomía no puede concebirse como aislamiento, y el poder no puede concebirse como una potencia estanca que se acumula y se concentra en unas pocas manos.
Por el contrario, si el hombre es un flujo, el poder se incrementa con su dispersión, la autonomía se incrementa con el intercambio, y sus grados de libertad se incrementan con la interdependencia volitiva.
Veamos cada punto por separado.
Que el poder se afianza cuanto más se dispersa, fue la enseñanza de Foucault cuando mostró cómo la “deslocalización” y “polimorfismo” del poder favorece ampliamente su capacidad de supervivencia frente a ataques (¿a quién atacar cuando no existe una cabeza visible?) El poder se ha vuelto más abstracto y distribuido, y más estable por ello mismo. Personalmente no creo que se distribuya de manera homogénea, estoy simplificando un poco porque no es el fin de este artículo profundizar en cada punto, pero sí creo que está más distribuido que un par de siglos atrás.
Que la autonomía se incrementa con el intercambio tiene lógica: es previsible que cuanto mayor es el espectro de intercambio que posea una comunidad, mayores son sus márgenes de maniobra en caso de escasez de insumos o superabundancia de producción, por lo tanto su autonomía es mayor que si dependiera exclusivamente de un acotado número de proveedores o compradores. Lo mismo es válido para el mundo de las mercancías intangibles, culturales, científicas, industriales, etc. Hoy en día, el caso de Huawei sirve para ilustrar el grado de interdependencia de la sociedad global.
Por último, cuando decimos que la libertad se expande con la interdependencia de la voluntad de otros, estamos construyendo una alternativa a la LIBERTAD CISMÁTICA: la llamaré LIBERTAD ENSAMBLADA o libertad interdependiente.
En esta nueva LIBERTAD ENSAMBLADA, existe la obligación de reconocer la interdependencia mutua, la cual no se considera un factor limitante- es más, se la pondera como la condición que permite alcanzar mayores grados de libertad en conjunto. Su ideal no es la “pureza” o el “solipsismo”, ni la pretensión de ser “único origen y beneficiario” de todas las decisiones y actos propios y ajenos (hacer lo que nos da la gana y obligar a otros a que satisfagan nuestros propios placeres y necesidades), sino más bien alcanzar un adecuado “ensamblaje” en la cadena de flujos que forma la sociedad humana, tener un “buen pasar” por ese escenario cambiante, aportando lo propio, lo que cada uno mejor sabe aportar, a los demás en calidad de “SERVICIO”: en especial, un servicio que incremente la libertad del otro, que libere al otro un poquito siquiera, de sus ataduras.
Los beneficios que otorga este arreglo de la voluntad de unos a los otros y que se materializa en el acto del SERVICIO mutuo, son inestimables.
Alguien puede cuestionar esta postura diciendo que los actos de servicio mutuo deberían ser equiparables para ser justos, cosa que es imposible de lograr, pues el aporte que puede hacer un trabajador individual son ínfimos respecto de los que puede hacer por ejemplo una corporación.
Sin embargo, el punto acá en discusión no es la CANTIDAD, sino la CALIDAD del acto. Que un servicio sea ínfimo no quiere decir que sea nulo o carezca de importancia. El cambio de perspectiva implica reconocerse parte de un flujo y supone asumir que TODAS LAS PARTES son igualmente necesarias, sin importar el tamaño o peso de las mismas. Un pequeño tornillo mal puesto por un empleado que gana 5000 U$S, puede ser mucho más importante durante el vuelo que la mala decisión de un piloto que gana 40000 U$S. ¿Debería por esa razón el empleado pretender ganar U$S 40000? Claramente no, porque la capacitación necesaria para una tarea y la otra son muy diferentes, y también lo son las competencias y compromisos. Sin embargo, es crucial que el operario y el piloto sirvan su función de la manera más dedicada posible, con el mayor esmero posible- no porque estén siendo “esclavizados” y “controlados” por un celoso capataz o jefe de personal, sino porque reconocen la importancia del servicio que prestan al prójimo, y son conscientes de que ese servicio, aunque mínimo, es capital para la construcción de la libertad propia y la ajena (la libertad ampliada, ensamblada[1]).
Muchos se sonreirán pensando que mi propuesta es utópica o ingenua.
Aunque más se sorprenderán de saber que el mismo Papa – y yo no soy católico, aclaro- no se cansa de repetir que “el (nuevo) poder es el servicio”. ¿Casualidad?
Reconozco sin embargo que para que este arreglo funcione es necesario respetar un par de premisas: la primera, aceptar la interdependencia que tenemos no sólo respecto de los demás, sino también respecto del medio ambiente. La segunda, ocupe el lugar que ocupe cada uno en la cadena de flujos, ningún hombre puede vivir humillado y reducido a esclavitud o excluído de la naturaleza humana (esa experiencia reafirmaría en él la convicción de que el hombre es efectivamente una cosa, que dicha cosa ha sido apropiada por una entidad parasitaria, y que la liberación implica sacudirse a todos los parásitos de encima. En palabras más simples: el estado de opresión material y espiritual cosifica a las personas, y no permite apreciar- ni al amo ni al esclavo- su verdadera condición de flujo interdependiente. Para peor, los engaña a ambos con una promesa tan ilusoria como ineficaz: al amo con la ilusión del PODER AUTARQUICO (léase Trump), y al otro con la ilusión de la LIBERTAD CISMÁTICA (léase movimientos de liberación tradicionales, definidos básicamente por el prefijo anti-, que prometen liberar al sometido de la entidad parasitaria)
La tercer condición que veo como necesaria es la “dispersión” de la responsabilidad, una dispersión paralela a la del poder.
Quien engaña y taima a los demás, quien utiliza a los demás como un medio, no puede sino esperar que lo utilicen y exploten. Quien cosifica a los demás, no puede esperar sino ser cosificado, y verse envuelto en el juego de las luchas revolucionarias que tienen por horizonte fallido la LIBERTAD CISMÁTICA.
La responsabilidad para con el prójimo no puede ser potestad ni del gobierno ni de los empresarios ni de los poderosos únicamente: primero y principal- por una cuestión de número- es un asunto de la ciudadanía toda. En la medida en que cada uno asuma su parte de responsabilidad hacia sus prójimos, se sentirá fuerte como para exigirla en los demás. Quien ha decidido servir a los demás, exigirá que otros le sirvan. El lema aquí es: Sirva a su prójimo (pero desde su más íntima convicción, no por obligación o presión externa), y adquiera así el derecho de exijir que su prójimo le sirva.
¿Cuáles son, en suma, las diferencias de la LIBERTAD ENSAMBLADA con el anterior paradigma de la LIBERTAD CISMÁTICA?
Claramente, en la LIBERTAD ENSAMBLADA, el trabajo y el servicio no son vistos como una condena ni una esclavitud ni una humillación, sino por el contrario como la honrosa oportunidad de formar parte de la humanidad y de expandir la libertad en sentido amplio. El trabajo y el servicio al prójimo son una obligación que alcanza a cualquier integrante de la cadena de flujos, trabaje en una línea de montaje, en un puesto del mercado en Estambul, o en el salón oval de la Casa Blanca. La participación en dicho ensamblaje, con el consecuente compromiso, y no la desvinculación y el aislamiento, es lo que garantiza y amplía la libertad.
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