miércoles, 12 de febrero de 2020

LEYENDO A... ORTEGA Y GASSET: EL FIN DE LAS REVOLUCIONES


Este artículo es muy interesante y presenta una tesis curiosa. Advierto que copio mayormente palabras literales del filósofo y agrego negritas y bastardillas según me parece.
Dice OyG que “el hombre… ha pasado por tres situaciones espirituales distintas, o dicho de otra manera, que su vida psíquica ha gravitado sucesivamente hacia tres centros diversos” en el devenir de la historia.
Y hace derivar los fenómenos políticos de estas sucesivas “perspectivas espirituales distintas”.
Para explicarlo, da cuenta de cada una de estas etapas.

ETAPA 1: La etapa tradicionalista.

“Cuando un pueblo es joven, es cuando tiene sobre él mayor influjo el pasado… lo inmemorial.... Es curioso estudiar esta psicología dominada por lo ancestral. Lo firme y seguro se halla en la colectividad, cuya existencia es anterior a cada individuo. La reacción de su intelecto… consiste en reiterar una fórmula preexistente, recibida. Lo espontáneo es la adaptación a lo recibido, a la tradición, dentro de la cual vive el individuo inmerso, y que es para él la inmutable realidad. Este es el estado de espíritu tradicionalista que ha actuado en nuestra Edad Media… En el orden político, el alma tradicionalista vivirá acomodándose respetuosamente dentro de lo constituído… que por serlo tiene un prestigio invulnerado: es lo que hallamos ya hecho cuando nacemos, es lo hecho por lo padres.

Pero… la sociedad avanza y entra en una etapa nueva de desarrollo. Dentro de esta alma colectiva, tejida de tradiciones, comienza desde luego a formarse un pequeño núcleo central: el sentimimento de individualidad. Este sentimiento se origina en una tendencia antagónica de la que ha ido plasmando el alma tradicional.
La mecánica tradicionalista del alma va a ser sustituída por otra mecánica opuesta: la individualista-racionalista.

ETAPA 2: La etapa racionalista

El hombre va descubriendo su individualidad en la medida en que va sintiéndose hostil a la colectividad y opuesto a la tradición. El modo individualista vuelve la espalda a todo lo recibido, y en su lugar aspira a producir un pensamiento nuevo, que valga por su propio contenido. Este pensamiento no viene de la colectividad inmemorial, no es el de los padres… esta ideación sin abolengo, sin genealogía, sin prestigio de blasones, tiene que ser hija de sus obras… en una palabra: tiene que ser una razón.

Desde este momento, en el alma de cada hombre actúan dos fuerzas antagónicas: la tradición y la razón. Se comprende que puesto en tal empeño, el espíritu humano logre desarrollar maravillosamente la facultad intelectual. La razón pura... se mueve entre superlativos y absolutos, formas ideales… Cuando define un concepto, le dota de atributos perfectos. Sólo sabe pensar yéndose al último límite, radicalmente. Así, en el orden de las cuestiones políticas y sociales, cree haber descubierto una constitución civil, un derecho, perfectos, definitivos. A este uso puro del intelecto, a este pensar more geométrico se suele llamar racionalismo. Tal vez fuera más luminoso llamarle radicalismo.


La inteligencia, arriba a un estadio en que descubre su propio poder de construir con sus medios exclusivos grandes y perfectos edificios teóricos. La transparencia, la exactitud, el rigor, la integridad sistemática de estos orbes de ideas, fabricados more geometrico, son incomparables. La perfección… los entusiasma hasta el punto de olvidar que, en definitiva, la misión de la idea es coincidir con la realidad que en ella va pensada. Ahora en cambio, se va a hacer que la vida se ponga al servicio de las ideas. Este vuelco radical de las relaciones entre la vida y la idea es la verdadera esencia del espíritu revolucionario.

TESIS: Las revoluciones del siglo XIX y XX son hijas del pensamiento racional

Todo el mundo estará de acuerdo en reconocer que las revoluciones no son en esencia otra cosa que radicalismo político. No se es radical en política porque se sea radical en política, sino porque antes se es radical en pensamiento.
Nuestra era ha procedido por revoluciones; es decir, que en lugar de adaptar el régimen a la realidad social, se ha propuesto adaptar ésta a un esquema ideal. Quiere el temperamento racionalista que el cuerpo social se amolde, cueste lo que cueste, a la cuadrícula de conceptos que su razón pura ha forjado. El valor de la ley es, para el revolucionario, preexistente a su congruencia con la vida.
[Es por eso que] el filósofo, el intelectual, anda siempre entre los bastidores revolucionarios. Es él el profesional de la razón pura… puede decirse que en esas etapas de radicalismo consigue el intelectual el máximum de intervención y autoridad. Sus definiciones, sus conceptos “geométricos” son la sustancia explosiva que, una vez y otra, hace en la historia saltar las ciclópeas organizaciones de la tradición.
Así en nuestra europa surge el gran levantamiento francés de la abstracta definición que los enciclopedistas daban del hombre. Y el último conato, el socialista, procede igualmente de la definición no menos abstracta, forjada por Marx, del hombre que no es sino obrero, del “obrero puro”

ETAPA 3: ¿Qué es lo que sigue, según OyG?

La conciencia social empieza a sospechar que el mal éxito [de las revoluciones] no es debido a la intriga de los enemigos, sino a la contradicción misma del propósito. Las ideas políticas pierden brillo y fuerza atractiva. Se empieza a advertir todo lo que en ellas hay de fácil y pueril esquematismo...
El hombre moderno ha puesto su pecho en las barricadas de la revolución, demostrando así inequívocamente que esperaba de la política la felicidad. Cuando llega el ocaso de las revoluciones, parece a las gentes este fervor de las generaciones anteriores una evidente aberración de la perspectiva sentimental. La política no es cosa que pueda ser exaltada a tan alto rango de esperanzas y respetos. Cuando este pensamiento comienza a generalizarse, concluye la era de las revoluciones, la política de ideas y la lucha por el derecho.
La era revolucionaria concluye sencillamente, sin frases, sin gestos, reabsorbida por una sensibilidad nueva. A la política de ideas sucede una política de cosas y de hombres.

En el apéndice de este artículo- titulado Epílogo sobre el alma desilusionada- OyG intenta delinear lo que sería el estadío próximo en la evolución del alma.

El alma tradicionalista es un mecanismo de confianza, porque toda su actividad consiste en apoyarse sobre la sabiduría indubitada del pretérito. El alma racionalista rompe esos cimientos de confianza con el imperio de otra nueva: la fe en la energía individual, de que es la razón momento sumo. Pero el racionalismo es un ensayo excesivo, aspira a lo imposible. El propósito de suplantar la realidad con la idea es bello pero está condenado siempre al fracaso. Empresa tan desmedida deja tras de sí transformada la historia en un área de desilusión.”
Comienza el reinado de la cobardía. El alma envilecida no es capaz de ofrecer resistencia al destino, y busca en las prácticas supersticiosas los medios para sobornar esas voluntades ocultas. Los ritos más absurdos atraen la adhesión de las masas.

Y concluye al fin, en tono pesimista:

El alma supersticiosa es, en efecto, el can que busca un amo. El hombre siente un increíble afán de servidumbre. Quiere servir ante todo: a otro hombre, a un emperador, a un brujo, a un ídolo. Tal vez el nombre que mejor cuadra al espíritu que se inicia tras el ocaso de las revoluciones sea el de espíritu servil.

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