Este
artículo es muy interesante y presenta una tesis curiosa. Advierto que copio
mayormente palabras literales del filósofo y agrego negritas y bastardillas
según me parece.
Dice OyG
que “el
hombre… ha pasado por tres situaciones espirituales distintas, o dicho de otra
manera, que su vida psíquica ha gravitado sucesivamente hacia tres centros
diversos” en el devenir de la historia.
Y hace
derivar los fenómenos políticos de estas sucesivas “perspectivas espirituales
distintas”.
Para
explicarlo, da cuenta de cada una de estas etapas.
ETAPA 1: La etapa tradicionalista.
“Cuando un
pueblo es joven, es cuando tiene sobre él mayor influjo el pasado… lo
inmemorial.... Es curioso estudiar esta psicología dominada por lo ancestral.
Lo firme y seguro se halla en la colectividad, cuya existencia es anterior a
cada individuo. La reacción de su intelecto… consiste en reiterar una fórmula
preexistente, recibida. Lo espontáneo es la adaptación a lo recibido, a la tradición,
dentro de la cual vive el individuo inmerso, y que es para él la inmutable
realidad. Este es el estado de espíritu tradicionalista que ha actuado en
nuestra Edad Media… En el orden político, el alma tradicionalista vivirá
acomodándose respetuosamente dentro de lo constituído… que por serlo tiene un
prestigio invulnerado: es lo que hallamos ya hecho cuando nacemos, es lo hecho
por lo padres.
Pero… la
sociedad avanza y entra en una etapa nueva de desarrollo. Dentro de esta alma
colectiva, tejida de tradiciones, comienza desde luego a formarse un pequeño
núcleo central: el sentimimento de individualidad. Este sentimiento se origina
en una tendencia antagónica de la que ha ido plasmando el alma tradicional.
La mecánica
tradicionalista del alma va a ser sustituída por otra mecánica opuesta: la
individualista-racionalista.
ETAPA 2: La etapa racionalista
El hombre
va descubriendo su individualidad en la medida en que va sintiéndose hostil a
la colectividad y opuesto a la tradición. El modo individualista vuelve la espalda
a todo lo recibido, y en su lugar aspira a producir un pensamiento nuevo, que
valga por su propio contenido. Este pensamiento no viene de la colectividad
inmemorial, no es el de los padres… esta ideación sin abolengo, sin genealogía,
sin prestigio de blasones, tiene que ser hija de sus obras… en una palabra:
tiene que ser una razón.
Desde este momento, en el alma de
cada hombre actúan dos fuerzas antagónicas: la tradición y la razón. Se comprende que puesto en tal
empeño, el espíritu humano logre desarrollar maravillosamente la facultad
intelectual. La razón pura... se mueve entre superlativos y absolutos, formas
ideales… Cuando define un concepto, le dota de atributos perfectos. Sólo sabe
pensar yéndose al último límite, radicalmente. Así, en el orden de las
cuestiones políticas y sociales, cree haber descubierto una constitución civil,
un derecho, perfectos, definitivos. A este uso puro del intelecto, a este
pensar more geométrico se suele llamar racionalismo. Tal vez fuera más luminoso
llamarle radicalismo.
La
inteligencia, arriba a un estadio en que descubre su propio poder de construir
con sus medios exclusivos grandes y perfectos edificios teóricos. La
transparencia, la exactitud, el rigor, la integridad sistemática de estos orbes
de ideas, fabricados more geometrico, son incomparables. La perfección… los
entusiasma hasta el punto de olvidar que, en definitiva, la misión de la idea
es coincidir con la realidad que en ella va pensada. Ahora en cambio, se va a
hacer que la vida se ponga al servicio de las ideas. Este vuelco radical de las
relaciones entre la vida y la idea es la verdadera esencia del espíritu
revolucionario.
TESIS: Las revoluciones del siglo
XIX y XX son hijas del pensamiento racional
Todo el
mundo estará de acuerdo en reconocer que las revoluciones no son en esencia
otra cosa que radicalismo político. No
se es radical en política porque se sea radical en política, sino porque antes
se es radical en pensamiento.
Nuestra era
ha procedido por revoluciones; es decir, que en lugar de adaptar el régimen a
la realidad social, se ha propuesto adaptar ésta a un esquema ideal. Quiere el
temperamento racionalista que el cuerpo social se amolde, cueste lo que cueste,
a la cuadrícula de conceptos que su razón pura ha forjado. El valor de la ley es,
para el revolucionario, preexistente a su congruencia con la vida.
[Es por eso que] el
filósofo, el intelectual, anda siempre entre los bastidores revolucionarios. Es
él el profesional de la razón pura… puede decirse que en esas etapas de
radicalismo consigue el intelectual el máximum de intervención y autoridad. Sus
definiciones, sus conceptos “geométricos” son la sustancia explosiva que, una
vez y otra, hace en la historia saltar las ciclópeas organizaciones de la
tradición.
Así en
nuestra europa surge el gran levantamiento francés de la abstracta definición
que los enciclopedistas daban del hombre. Y el último conato, el socialista,
procede igualmente de la definición no menos abstracta, forjada por Marx, del
hombre que no es sino obrero, del “obrero puro”
ETAPA 3: ¿Qué es lo que sigue, según
OyG?
La
conciencia social empieza a sospechar que el mal éxito [de las revoluciones] no
es debido a la intriga de los enemigos, sino a la contradicción misma del
propósito. Las ideas políticas pierden brillo y fuerza atractiva. Se empieza a
advertir todo lo que en ellas hay de fácil y pueril esquematismo...
El hombre
moderno ha puesto su pecho en las barricadas de la revolución, demostrando así
inequívocamente que esperaba de la política la felicidad. Cuando llega el ocaso
de las revoluciones, parece a las gentes este fervor de las generaciones
anteriores una evidente aberración de la perspectiva sentimental. La política
no es cosa que pueda ser exaltada a tan alto rango de esperanzas y respetos.
Cuando este pensamiento comienza a generalizarse, concluye la era de las
revoluciones, la política de ideas y la lucha por el derecho.
La era revolucionaria concluye
sencillamente, sin frases, sin gestos, reabsorbida por una sensibilidad nueva. A la política de ideas sucede una
política de cosas y de hombres.
En el
apéndice de este artículo- titulado Epílogo
sobre el alma desilusionada- OyG intenta delinear lo que sería el estadío
próximo en la evolución del alma.
“El alma tradicionalista es un mecanismo de
confianza, porque toda su actividad consiste en apoyarse sobre la sabiduría
indubitada del pretérito. El alma racionalista rompe esos cimientos de
confianza con el imperio de otra nueva: la fe en la energía individual, de que
es la razón momento sumo. Pero el racionalismo es un ensayo excesivo, aspira a
lo imposible. El propósito de suplantar la realidad con la idea es bello pero
está condenado siempre al fracaso. Empresa tan desmedida deja tras de sí
transformada la historia en un área de desilusión.”
Comienza el reinado de
la cobardía. El
alma envilecida no es capaz de ofrecer resistencia al destino, y busca en las
prácticas supersticiosas los medios para sobornar esas voluntades ocultas. Los
ritos más absurdos atraen la adhesión de las masas.
Y concluye
al fin, en tono pesimista:
El alma supersticiosa es, en
efecto, el can que busca un amo. El hombre siente un increíble afán de
servidumbre. Quiere servir ante todo: a otro hombre, a un emperador, a un
brujo, a un ídolo. Tal vez el nombre que mejor cuadra al espíritu que se inicia
tras el ocaso de las revoluciones sea el de espíritu servil.
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