Me sorprendió gratamente la lectura de un texto de Ortega y
Gasset (en adelante OyG), en un libro suyo titulado El tema de nuestro Tiempo. Aclaro que pongo negritas a mi gusto y
no siempre marco las citas literales, para poder reproducir con holgura estos
pensamientos.
En uno de los apartados, OyG dice que “cuando se ha querido buscar el valor de la vida… o su sentido y
justificación, se ha recurrido a cosas que están más allá de ella. Siempre el valor de la vida parecía consistir en
algo trascendente de ésta, hacia lo cual la vida era sólo un camino o un
instrumento”
O sea, se consideraba la vida como un “medio” para un fin
tras-mundano, o para el logro de un ideal trascendente, superior a sí misma.
El filósofo reconoce que probablemente este pensamiento ha
sido favorecido por el hecho observable de que todo ser vivo siempre está
interesándose en su entorno, y volcando en el mismo sus afanes, o sea,
aplicándose siempre a algo externo a sí mismo.
Este carácter “transitivo” de la vida –continúa OyG- no ha sido descontado por los filósofos. Al notar que no se puede vivir
sin interesarse por unas y otras cosas, han creído que lo interesante eran
estas cosas y no el interesarse mismo.
“Una equivocación parecida cometería quien pensase que lo
valioso en el alpinismo es la cima de la montaña, y no la ascensión. Los
hombres, cuando vivimos nuestra vida espontánea, nos afanamos por la ciencia,
por el arte, por la justicia… Dentro de nuestro mecanismo vital, son éstas las
cosas que incitan nuestra actividad, son lo que vale “para” la vida. Pero… esas magníficas cosas son solo pretextos
que se crea la vitalidad para su propio uso, como el arquero busca para su
flecha un blanco. No son, pues, los valores trascendentes quienes dan un
sentido a la vida, sino, al revés, la admirable generosidad de ésta, que
necesita entusiasmarse con algo ajeno a ella.
Y prosigue: “No necesita pues, la vida de ningún contenido
determinado – ascetismo o cultura- para tener valor y sentido. No menos que la
justicia, que la belleza o la beatitud, la vida vale por sí misma.” Y cita palabras de Goethe: “Cuanto más lo pienso, más evidente me parece que la vida existe
simplemente para ser vivida”.
Y concluye entonces que “esta suficiencia de lo vital en el
orbe de las valoraciones la liberta del servilismo en que erróneamente se le
mantenía, de suerte que sólo puesta al servicio de otra cosa parecía estimable
el vivir”. Y acá no podemos evitar pensar en aquellos que sólo valoran la
propia vida e incluso la del prójimo unicamente cuando está entregada a servir un
ideal, o a una misión piadosa, o al lucro y la acumulación de dinero, o a
cualquier otro “servicio” puesto convenientemente allí como un cebo, para
aprovecharse del generoso desbordamiento de las energías vitales y de su avidez
por forjarse un sentido.
No hay duda alguna- prosigue- que la vida antigua se hallaba menos penetrada de valores
transvitales – religiosos o de cultura—que la iniciada por el cristianismo y su
secuencia moderna. En su visión, el cristianismo trajo la idea de una vida
puesta al servicio de lo trascendente (la vida ultraterrena, los valores
eternos de la justicia, la cultura, etc.)
Precisamente en virtud de esta tendencia a orientarse y
justificarse en algo externo a sí misma, los valores que se forjan los hombres
son importantes. Para OyG, tiempo atrás
la mayoría de la humanidad europea vivía para la cultura. Ciencia, arte y
justicia eran cosas que parecían bastarse a sí mismas; una vida que se vertiese
íntegramente en ellas quedaba ante su propio fuero satisfecha: no se dudaba de
estos últimos prestigios. El sentido de la vida estaba establecido por fuera de
ella misma, en estos bastiones.
Pero OyG comprueba que esta manera de sentir se va
extinguiendo.
Un ejemplo de esta transformación lo ve en el arte: el
carácter semirreligioso, patético, del goce estético ante las “obras de arte”,
tiende a desaparecer, reemplazado por una actitud lúdica e irreverente, lo que
OyG llama el espíritu “deportivo” de la vida.
¿Por qué deportivo? Bueno, acá es interesante seguir los
pasos de su pensamiento.
Primero habla del trabajo: dice que el trabajo era un
“medio” para lograr la “obra” (producto final). Por lo tanto, este esfuerzo del
“trabajo” está traccionado por el resultado (es medible en función de la
concreción de éste), y presenta un carácter de obligatoriedad.
Por el contrario, en el deporte la actitud es lúdica,
producto del impulso libérrimo y generoso de la potencia vital. No está
traccionado por el resultado, sino que encuentra en su propia actividad el
goce, y no es medible, pues es producto de un derroche de adentro hacia afuera:
no representa cuota alguna de producto final ninguno.
En palabras de OyG: “El
siglo XIX tiene de extremo a extremo un amargo gesto de día laborioso. Hoy, la
gente joven parece dispuesta a dar a la vida un aspecto imperturbable de día
feriado”
En el orden político, “comienza
a juzgarse un poco pueril que nuestros abuelos se dejasen matar en las
barricadas por esta o la otra fórmula de derecho constitucional… el motivo… se
nos antoja liviano. La libertad es una cosa muy problemática y de valor
sumamente equívoco… La libertad sigue pareciéndonos una cosa excelente; pero no
es más que un esquema, una fórmula, un instrumento para la vida. Supeditar ésta
a aquella, divinizar la idea política, es
idolatría”
Por último, remata: “La
época anterior a la nuestra se entregaba de una manera exclusiva y unilateral a
la estimación de la cultura, olvidando la vida. En el momento en que ésta es
sentida como un valor independiente y aparte de sus contenidos, aunque sigan
valiendo lo mismo la ciencia, el arte y la política, valdrán menos en la
perspectiva total de nuestro corazón”.
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