A la vista de los
resultados de las Elecciones y del estado de disgregación del Peronismo, se
impone reflexionar sobre un concepto machacado por el Peronismo como una de las
principales virtudes de todo peronista: la lealtad.
A primera vista,
un principio tan "honorable" como la lealtad no admite
cuestionamientos. Al menos, no sin exponerse al desprestigio y el escarnio del
prójimo, en tanto la lealtad se considera- aunque sin dar las razones de por
qué habría de ser así- como una virtud incontestable. Y es sabido que quienes
ponen en cuestion los dogmas establecidos no la pasan muy bien; aún así vale
la pena intentarlo.
Personalmente, la
lealtad es un concepto que siempre tuvo para mí un tufillo a promiscuidad (en
el sentido de abolir los necesarios límites de la individualidad), y por ello
mismo me resulta indigna. Para que no me tachen inmediatamente de monstruo, paso
a explicarme mejor, desglosando el significado de ciertos términos que definen
el modo de las relaciones entre personas o grupos.
Para nombrar la empatía
o simpatía entre dos personas o facciones, existe un término inequívoco:
solidaridad. La solidaridad significa
hacer propio el problema ajeno y prestar
nuestros brazos al que lo necesita y lo merece, desde la propia convicción de que esa necesidad
del otro debe ser satisfecha.
Por otra parte,
para nombrar la obligación que cada cual tiene para con los otros existe
otro término inequívoco que es la obediencia.
Obedecer significa acatar los requerimientos legítimos de otro (otra persona a
la cual nos hemos obligado por algún contrato, o en forma genérica: la Ley como
ejemplo máximo de contrato social). En el caso de la obediencia, no se requiere
tener ninguna convicción ni opinión formada sobre la legitimidad del
requerimiento que se nos hace. Hasta podemos oponernos a lo que manda la ley,
pero estar sin embargo dispuestos a obedecer en función de acatar el contrato
asumido. Y esto puede ser así porque la obediencia se paga mediante una
retribución adecuada: el locatario de un servicio retribuye la disposición del
locador a entregar dicho servicio mediante una remuneración, del mismo modo que la Ley retribuye a quien
la obedece con la libertad y la aprobación del resto de los hombres, y castiga
al que la desobedece con la prisión o la multa y la reprobación de sus
semejantes.
Tanto en el caso
de la solidaridad, como en el caso de la obediencia, se preserva la integridad
e individualidad de las personas. Y esto no es un tema menor, como se verá.
En la solidaridad,
el que ayuda suele estar en una situación diferente y aún puede pensar distinto
que el otro, pero se solidariza con
el necesitado en la acción, convencido de que su necesidad merece atención. La
solidaridad, para hacerse efectiva, y para adquirir todo su valor, requiere
efectivamente que provenga de alguien “distinto”. De un otro.
En el caso de la
obediencia, la individualidad se conserva de manera aún más nítida. Las
personas (el que manda y el que obedece, el que requiere y paga por un servicio
y el que lo presta) se reconocen como entidades diferentes, pero sin embargo se
obligan a prestar su colaboración o servicio a cambio de una retribución, y lo
hacen de manera libre y no coaccionada, convencidas del mutuo beneficio de
semejante trato.
Ahora bien: ¿Qué
sucede con la LEALTAD? Qué significa ser leal?
En principio, la
“virtud” de la lealtad se hace carne en aquel que sin empatizar ni estar necesariamente de acuerdo con lo que otro le
exige– básicamente no importa si lo está-
se solidariza con el otro sin recibir retribución ninguna por ello.
Al brindar su
apoyo en forma desinteresada y gratuita parece que empatizara con la necesidad
del otro (pues si no, ¿por qué habría de solidarizarse?) pero en realidad sólo
obedece (en tanto se le exige que apoye los objetivos de quien exige
lealtad, simpatice o no con ellos).
Claro que en este caso, quien demanda lealtad va mucho más allá, exigiendo que
el sujeto sea “leal” y obedezca “por propia convicción” y “con todo gusto”, sin
recibir nada a cambio. O sea: la
exigencia de lealtad obra una coacción sobre la persona que la lleva a
disfrazar un acto de obediencia con la piel de la solidaridad.
Lo que se pierde
en el medio es bastante importante, para ser más preciso, se pierde … la integridad de la persona, la individualidad. La
persona leal se ve así fundida e incorporada a la voluntad de la persona que
exige su lealtad. Esta última presiona para que la víctima “leal”- sin importar
cuánta solidaridad despierten los propios objetivos- haga suyos estos objetivos
so pena de tacharlo de “desleal”, buscando que la víctima introyecte sus
propios objetivos de tal manera de ganar su obediencia sin ofrecer nada a
cambio.
Watzlawick
menciona este trastorno de relación y lo ejemplifica mediante la “paradoja ¡sé
espontáneo!”. En esta paradoja, se le ordena a alguien que sea espontáneo, lo
cual resulta imposible. Llevado al plano de la voluntad- que es el que nos
interesa- Watzlawick menciona como ejemplos: “¿Qué hace la mujer cuando su marido
le exige no solo que ella se le entregue sexualmente a toda hora sino que además lo disfrute de lleno? ¿Qué se
hace cuando se está en el pellejo del joven que debe hacer con gusto sus deberes de la escuela? Lo que vemos aquí no son dos
individuos sino un “par enquinético” actuando la voluntad de uno solo, y
anulando la voluntad del otro.
Desde el momento en que la lealtad supone un
borramiento de las barreras entre las personas, y una represión de la propia
voluntad individual, no puede ser buena, y se encuentra a mi modo de ver en la
categoría de los vínculos promiscuos.
Personalmente,
este término siempre me resultó repulsivo. ¿Por qué habría alguien de ser
“leal” a otra persona, a una idea, o a cualquier otra cosa? La palabra me trajo
siempre reminiscencias de la mafia, y de la forma de articulación social que
ésta sabe construir. Mientras las organizaciones delictivas se basan en la
“lealtad” (las personas se convierten en meros apéndices y sicarios de la
voluntad de un Jefe que goza de todas
las inmunidades), las sociedades modernas intentan basarse- o deberían basarse-
en la obediencia a la Ley (que iguala en obligaciones y derechos a todas las
personas, las cuales ven garantizada así su individualidad)
En momentos en que
tantos dirigentes del Peronismo debaten el camino a seguir, espero sepan
reflexionar y hacer a un lado, por fin, la tan mentada lealtad, se solidaricen
con las reales necesidades de los ciudadanos, y se aboquen a construir y obedecer
la Ley.
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