jueves, 12 de abril de 2018

De Gabriel Agatino: SOBRE LA LEALTAD COMO NEGACION DE LA POLITICA



A la vista de los resultados de las Elecciones y del estado de disgregación del Peronismo, se impone reflexionar sobre un concepto machacado por el Peronismo como una de las principales virtudes de todo peronista: la lealtad.
A primera vista, un principio tan "honorable" como la lealtad no admite cuestionamientos. Al menos, no sin exponerse al desprestigio y el escarnio del prójimo, en tanto la lealtad se considera- aunque sin dar las razones de por qué habría de ser así- como una virtud incontestable. Y es sabido que quienes ponen en cuestion los dogmas establecidos no la pasan muy bien; aún así vale la pena intentarlo.
Personalmente, la lealtad es un concepto que siempre tuvo para mí un tufillo a promiscuidad (en el sentido de abolir los necesarios límites de la individualidad), y por ello mismo me resulta indigna. Para que no me tachen inmediatamente de monstruo, paso a explicarme mejor, desglosando el significado de ciertos términos que definen el modo de las relaciones entre personas o grupos.
Para nombrar la empatía o simpatía entre dos personas o facciones, existe un término inequívoco: solidaridad. La solidaridad significa hacer propio el problema ajeno y  prestar nuestros brazos al que lo necesita y lo merece, desde la propia convicción de que esa necesidad del otro debe ser satisfecha.
Por otra parte, para nombrar la obligación que cada cual tiene para con los otros existe otro término inequívoco que es la obediencia. Obedecer significa acatar los requerimientos legítimos de otro (otra persona a la cual nos hemos obligado por algún contrato, o en forma genérica: la Ley como ejemplo máximo de contrato social). En el caso de la obediencia, no se requiere tener ninguna convicción ni opinión formada sobre la legitimidad del requerimiento que se nos hace. Hasta podemos oponernos a lo que manda la ley, pero estar sin embargo dispuestos a obedecer en función de acatar el contrato asumido. Y esto puede ser así porque la obediencia se paga mediante una retribución adecuada: el locatario de un servicio retribuye la disposición del locador a entregar dicho servicio mediante una remuneración,  del mismo modo que la Ley retribuye a quien la obedece con la libertad y la aprobación del resto de los hombres, y castiga al que la desobedece con la prisión o la multa y la reprobación de sus semejantes.
Tanto en el caso de la solidaridad, como en el caso de la obediencia, se preserva la integridad e individualidad de las personas. Y esto no es un tema menor, como se verá.
En la solidaridad, el que ayuda suele estar en una situación diferente y aún puede pensar distinto que el otro, pero se solidariza con el necesitado en la acción, convencido de que su necesidad merece atención. La solidaridad, para hacerse efectiva, y para adquirir todo su valor, requiere efectivamente que provenga de alguien “distinto”.  De un otro.
En el caso de la obediencia, la individualidad se conserva de manera aún más nítida. Las personas (el que manda y el que obedece, el que requiere y paga por un servicio y el que lo presta) se reconocen como entidades diferentes, pero sin embargo se obligan a prestar su colaboración o servicio a cambio de una retribución, y lo hacen de manera libre y no coaccionada, convencidas del mutuo beneficio de semejante trato.
Ahora bien: ¿Qué sucede con la LEALTAD? Qué significa ser leal?
En principio, la “virtud” de la lealtad se hace carne en aquel que sin empatizar ni estar necesariamente de acuerdo con lo que otro le exige– básicamente no importa si lo está- se solidariza con el otro sin recibir retribución ninguna por ello.
Al brindar su apoyo en forma desinteresada y gratuita parece que empatizara con la necesidad del otro (pues si no, ¿por qué habría de solidarizarse?) pero en realidad sólo obedece (en tanto se le exige que apoye los objetivos de quien exige lealtad, simpatice o no con ellos). Claro que en este caso, quien demanda lealtad va mucho más allá, exigiendo que el sujeto sea “leal” y obedezca “por propia convicción” y “con todo gusto”, sin recibir nada a cambio. O sea: la exigencia de lealtad obra una coacción sobre la persona que la lleva a disfrazar un acto de obediencia con la piel de la solidaridad.
Lo que se pierde en el medio es bastante importante, para ser más preciso, se pierde … la integridad de la persona, la individualidad. La persona leal se ve así fundida e incorporada a la voluntad de la persona que exige su lealtad. Esta última presiona para que la víctima “leal”- sin importar cuánta solidaridad despierten los propios objetivos- haga suyos estos objetivos so pena de tacharlo de “desleal”, buscando que la víctima introyecte sus propios objetivos de tal manera de ganar su obediencia sin ofrecer nada a cambio.
Watzlawick menciona este trastorno de relación y lo ejemplifica mediante la “paradoja ¡sé espontáneo!”. En esta paradoja, se le ordena a alguien que sea espontáneo, lo cual resulta imposible. Llevado al plano de la voluntad- que es el que nos interesa- Watzlawick menciona como ejemplos: “¿Qué hace la mujer cuando su marido le exige no solo que ella se le entregue sexualmente a toda hora sino que además lo disfrute de lleno? ¿Qué se hace cuando se está en el pellejo del joven que debe hacer con gusto sus deberes de la escuela? Lo que vemos aquí no son dos individuos sino un “par enquinético” actuando la voluntad de uno solo, y anulando la voluntad del otro.
Desde el momento en que la lealtad supone un borramiento de las barreras entre las personas, y una represión de la propia voluntad individual, no puede ser buena, y se encuentra a mi modo de ver en la categoría de los vínculos promiscuos.
Personalmente, este término siempre me resultó repulsivo. ¿Por qué habría alguien de ser “leal” a otra persona, a una idea, o a cualquier otra cosa? La palabra me trajo siempre reminiscencias de la mafia, y de la forma de articulación social que ésta sabe construir. Mientras las organizaciones delictivas se basan en la “lealtad” (las personas se convierten en meros apéndices y sicarios de la voluntad de un  Jefe que goza de todas las inmunidades), las sociedades modernas intentan basarse- o deberían basarse- en la obediencia a la Ley (que iguala en obligaciones y derechos a todas las personas, las cuales ven garantizada así su individualidad)
En momentos en que tantos dirigentes del Peronismo debaten el camino a seguir, espero sepan reflexionar y hacer a un lado, por fin, la tan mentada lealtad, se solidaricen con las reales necesidades de los ciudadanos, y se aboquen a construir y obedecer la Ley.


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