sábado, 7 de abril de 2018

CRITICA CINEMATOGRAFICA: I Nostri Ragazzi o el progresismo mal entendido

Fui a ver la película “Nuestros Hijos” (I Nostri Ragazzi), y salí conmocionado:  la película desnuda la trama psicológica de lo que se esconde detrás de lo que podría llamarse “falso progresismo” (en adelante abreviado como FP).

Vale la pena hacer algunas reflexiones al respecto.

No voy a relatar la película, sólo diré que de los dos protagonistas, hermanos entre sí, uno es un rico y exitoso abogado, viudo y casado en segundas nupcias, y el otro es un médico. La premisa de base – y lo que se muestra en toda la primer parte- es que el médico, entregado en cuerpo y alma a su trabajo en el hospital, preocupado por el prójimo al punto de desatender por momentos su propia familia,  en contacto permanente con las miserias de la condición humana y dedicado a salvar las vidas de otras personas,  posee una calidad humana superior a la del promedio. Superioridad de la cual él está convencido, y con la cual se siente muy a gusto: a pesar de los sinsabores de su profesión, conserva siempre a flor de piel un resto de humor autosuficiente y dispensa al prójimo un trato condescendiente y comprensivo. Su esposa es guía de arte en un museo, y ambos forman en apariencia una pareja ideal, cool, “progre”,  satisfecha de sí misma. Muy distinto es el caso de la pareja formada por el abogado -- al que su hermano describe como “obsesivo compulsivo”, frío y calculador, aburrido y sólo interesado en el dinero y en las sofisticaciones de caros restaurantes-- y su “barbie” (como la esposa del médico  llama despectivamente a su nueva cuñada).

El médico y su esposa se consideran a sí mismos una pareja feliz y pagada de sí misma, defensores de valores humanistas, y han decretado que el abogado y su “barbie” son seres chatos, inhumanos, materialistas y despreciables. La realidad demostrará otra cosa.

 

Un hecho en particular mostrará que el FP considera que toda ley es injusta, fría e inhumana, porque la Ley, en la cosmovisión del FP, es una creación de las clases dominantes para perpetuar la opresión de los más débiles, de las víctimas. El médico se permitirá juzgar negativamente a su hermano por aplicar la ley de manera fría e imparcial, en vez de dejarse llevar por sentimientos pasionales de venganza, o por la certidumbre de estar en lo cierto, ante la “evidente” injusticia que se ha cometido, y que a diario se comete, contra las “víctimas inocentes”. Esta frialdad subleva al FP.

El hermano abogado representa en este caso la Ley, y esto no es un tema menor. La equidad y la igualdad ante la ley, donde todos tienen derecho a una defensa, incluso el acusado de un crimen, son principios básicos de la administración de justicia. Desde la perspectiva del abogado, la naturaleza humana tiene mucho de ambigua, y requiere un abordaje más cuidadoso.

Para el médico, los que piensan como él están en lo correcto, y los que piensan otra cosa son deleznables, no merecen “ni justicia”, ni tolerancia, ni consideración. El FP en el fondo está más cerca del fascismo que el fascismo mismo.

¿Por qué esto es así? ¿Qué psicología se esconde detrás de estas actitudes?

 

La víctima inculpable.

 

Al FP le cuesta asumir responsabilidad sobre sus actos. ¿Por qué? Porque asumir responsabilidad implica asumir parte de la culpa, y ocupar un lugar incómodo: el lugar del victimario. Y eso daña fuertemente la autoimagen del FP, cuya ceguera moral le impide reconocer en sí mismo las ambivalentes pulsiones agresivas y egoístas que bullen en su interior. A quien se ufana de ser el más altruísta de los hombres (un médico) no le resultará tan sencillo reconocer en sí mismo la existencia de pasiones agresivas o violentas, ambiciosas o egoístas.

Por tal motivo, el FP prefiere definirse a sí mismo – y ocupar su lugar social- como una víctima. Por definición, la víctima no es culpable de nada. Es sólo eso: una víctima, y tiene el micrófono abierto para denunciar y acusar. La simpatía de los hombres, además, cae siempre del lado de la víctima, y el FP necesita recibir una imagen simpática y agradable de sí mismo (en la película, el médico se complace en dar buenas noticias, es condescendiente con sus pacientes, juega al payaso con el niño internado...) Necesita de la aprobación de los demás como del oxígeno para vivir.

Mientras el FP siga siendo una víctima, podrá eludir toda responsabilidad sobre la gestión del gobierno (poniéndose del lado del pueblo oprimido en contra de los gobernantes), sobre la generación de riquezas (poniéndose del lado de los trabajadores en contra de los empresarios), ni sobre la administración de justicia (poniéndose del lado de las víctimas contra la inhumanidad de la Ley)

Desde ese lugar, cómodo y omnipotente, critica y defenestra a quienes eligen cargar con esas responsabilidades sobre sus hombros, y que al hacerlo descubren que han de vérselas con una realidad humana compleja,  donde nadie es “bueno” en un sentido absoluto: el ser humano suele ser ambivalente, ladino, manipulador, avieso, sin importar la clase social a la que pertenezca. Para poder lidiar con estos aspectos el hombre responsable recurre a la Ley, una herramienta que la civilización creó para afrontar la complejidad, lo engañoso de la realidad y la volubilidad de las personas. Aplicando la ley en forma pareja e igualitaria, el hombre responsable, el que está al timón, intenta aproximarse a un ideal de justicia.

 

El FP, en cambio, en tanto se considera una víctima, reniega de la igualdad ante la ley. El tiene “derechos” a priori, y sus reclamos están de antemano justificados, porque considera que preexiste una situación de desigualdad manifiesta en el cual él ha quedado en el lugar de la víctima. La responsabilidad queda a priori del otro lado, del lado del victimario. No está dispuesto a discutir este punto. No admite que se aplique una justicia equitativa sino que exige una “reparación de la injusticia” a través de la “penalización directa” de los supuestos victimarios por él señalados, cuyo crimen es “evidente”.

 

El giro de la película va mucho más allá de que el médico pueda o no reconocer que su hijo ha cometido un delito: lo que el FP no puede aceptar bajo ningún concepto, es verse señalado como victimario. Salirse de la posición de víctima lo desestabiliza, sacude los cimientos sobre los que ha edificado su vida entera, distorsiona la imagen de altruísmo y bondad que se ha creado sobre sí mismo, y por eso mismo el médico está al borde de la locura, amenazado desde adentro por sus propias pulsiones encubridoras y criminales. Acusa al hermano de querer “vengarse”, destruyendo de un plumazo las bases de su cosmovisión (“somos víctimas del sistema, somos los buenos, los que tenemos razón. No somos victimarios ni nunca lo seremos”, parece gritar). Como no puede tolerar este derrumbe, se pone muy violento.

 

Mientras el médico ha decidido que lo mejor es “ocultar” el crimen y ahorrar la responsabilidad a su hijo (a quien, reproduciendo su cosmovisión, vuelve a colocar en lugar de víctima), el frío e inhumano abogado, en cambio, decide responsabilizar a quienes han cometido un delito, sin importar que sean de su propia familia.

Esta es la decisión más madura de las dos, y la que termina demostrando que el abogado posee una cualidad humana superior.

 

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