miércoles, 24 de junio de 2020

¿MEMORIA O RECUERDO?


Aclaración: Este artículo puede resultar un poco técnico a los no médicos, pero espero puedan captar la esencia de su planteo.

Con la pandemia del COVID19, los médicos discuten mucho sobre la persistencia o no de los anticuerpos IGG, que brindarían una inmunidad “pasiva” (así se la llama) consistente en que cuantos más anticuerpos IGG contra un virus tengamos, más protegidos estaremos. De acá se deduce la conclusión de que si, por ejemplo, al cabo de dos meses los títulos de IGG bajan, el paciente “pierde su inmunidad” y por lo tanto se asume sin discusión que es como si fuera un paciente virgen y puede volver a contagiarse y enfermar como la primera vez.

Esto me lleva a pensar si no conviene replantearse una diferencia entre la “memoria” y el “recuerdo”. Aunque son conceptos relacionados, no representan lo mismo.

La “memoria” (y no me refiero con este término al acto de recordar, sino a los hechos recordados) son efectivamente algo “pasivo” en el sentido de que están allí en algún lugar como huella, como vestigio, o como engrama (si adoptamos el concepto de acoplamiento estructural de Maturana, que tanto me gusta). Cuando esta memoria (estos indicios, estas huellas, estos engramas) son “gatillados” o “activados” por un estímulo adecuado, el recuerdo se hace vivo y presente.

La “memoria” a la que se refieren los médicos cuando hablan de la presencia de anticuerpos IGG no sería, en este sentido, sino un “recuerdo actualizado”. Su ausencia no implica una pérdida de la memoria, sino apenas un olvido. En presencia del estímulo adecuado (aquel que gatilla el acoplamiento de los engramas) el organismo actualiza el recuerdo, y otra vez tenemos dando vuelta a los anticuerpos IGG.

Este es el fundamento de los refuerzos de las vacunas: no dejar que el cuerpo olvide, obligar a recordar nuevamente, ya que al volver a recordar vuelve a generar los anticuerpos IGG que suponemos son la evidencia de la “memoria”, vale decir, de que el cuerpo “no ha olvidado”.

Hay que notar que esta suposición de que el cuerpo “olvida” definitivamente  sólo porque no podemos detectar niveles de anticuerpos es precisamente eso: una suposición. Con bastantes posibilidades de ser equivocada.  

Podría muy bien ocurrir que una vez expuesto una primera vez, el paciente que desarrolló IGG las pierda a los cinco meses. Pero eso no significa que, en cuanto tome nuevamente contacto con la noxa (y se gatillen los mecanismos del recuerdo[1]) no pueda volver a poner en circulación una cantidad apreciable y efectiva de IGG protectora.

Esto lo digo para desmentir la idea ampliamente aceptada de que la ausencia de IGG por sí sola alcanza para decir que el sujeto está “desprotegido”.

Ocurre aquí igual que con la memoria: no es igual para todas las personas. Hay quienes necesitan que se les repita veinte veces lo mismo, porque lo olvidan fácilmente, y hay quienes no olvidan nunca. Pero también están los que olvidan fácilmente, o eso parece, pero que ante el menor estímulo recuerdan con suma facilidad y con gran detalle.

Pensemos en las neurosis traumáticas. Hay personas resilientes que superan el trauma sin casi cicatriz, y se reintegran a la vida con la misma confianza de siempre. El hecho de haber superado y olvidado el trauma es un signo de buena salud;  nadie diría que una persona que diez años después de sufrir un trauma aún se sobresalta ante la vista del agente que alguna vez la traumatizó está sana: más bien la enviarían al psiquiatra.
Lo que se espera de una persona curada no es que tenga defensas altas presentes todo el tiempo, sino que sea capaz de desarrollarlas rápidamente en caso de verse expuesta a las condiciones traumáticas.

Sin embargo, los médicos pretendemos que el paciente recuperado tenga altos niveles de IGG por siempre jamás. ¿Por qué habría de tenerlos de manera indefinida? ¿Es eso condición o indicativo de resiliencia? En absoluto. Resiliencia no significa simplemente “olvido”, sino una mejor capacidad de reconocimiento y una mayor velocidad de respuesta.

Todo esto para mostrar, insisto, que no interesa tanto si el paciente conserva o no sus anticuerpos IGG, sino si será capaz, en caso de re-exponerse al estímulo, de volver a producirlos de manera rápida y eficaz. De acuerdo a lo que acabo de decir de las vacunas y sus refuerzos, es esperable que así sea, dado que con cada refuerzo, los títulos de anticuerpos suben cada vez más.

Repito entonces: es necesario desterrar la idea de que la ausencia de IGG por sí sola alcanza para decir que el sujeto está “desprotegido”. Es necesario demostrar la ausencia de una respuesta mejor y más rápida durante la segunda exposición.

Los estudios nos lo dirán con el tiempo, pero la presunción indica que, al igual que sucede con las vacunas, el sujeto expuesto- aunque tenga niveles de IGG muy bajos o incluso indetectables- estará ante una segunda exposición, en mejores condiciones para “actualizar su recuerdo” en la forma de títulos elevados y eficaces de anticuerpos.
 
Posfacio: el dia 28 de Julio apareció una nota  en 

Varios expertos afirman que la disminución de los anticuerpos, como lo demuestran las pruebas comerciales, no necesariamente representa una disminución de la inmunidad



[1] Estos mecanismos implican la activación de clones idiotípicos de plasmocitos, específicos para el virus en este caso, que pueden estar inactivos o latentes, pero de ningún modo ausente. La presunción de que la ausencia de IGG supone la ausencia de estos clones y que el paciente es “virgen” puede muy bien ser falsa.

viernes, 5 de junio de 2020

LAS ETAPAS DE LA CUARENTENA


En la Argentina hacemos todo a nuestro modo, y le ponemos el nombre que se nos canta. Y así, mientras en otras partes del mundo hablan de LockDown para denominar el así llamado “confinamiento obligatorio”, nosotros hemos creado algo igual o peor, y le hemos dado el nombre inclusivo de “cuarentena extendida”, que además de los cuarenta días de rigor, incluye todos los demás días que le siguen hasta que se le cante al Gobierno.
Si el lema de cierto progresismo en este país fue en algún momento “vivir con lo nuestro”, ahora es definitivamente “vivir con lo puesto”.

LAS ETAPAS DE LA PANDEMIA EXTENDIDA



LO QUE ESTA OCURRIENDO
COMO NOS SENTIMOS
Etapa 0
El virus está en Wuhan

A los chinos les pasan estas cosas porque comen murciélagos vivos. 
Etapa 1
El virus llega a Italia
¿Los italianos? ¡Caramba! La cosa suena preocupante…
Etapa 2
El virus invade Europa y desembarca en EEUU
Mejor cerramos las escuelas y prohibimos las aglomeraciones de gente. ¡A coser barbijos y hacer máscaras! ¡A comprar lavandina y Alcohol, pero por sobre todo papel higiénico!
Etapa 3
El virus llega a América Latina, y desembarca en Argentina con casos importados.
¡Cerremos todo! ¡Quedate en casa! ¡A comprar respiradores al mayorista! ¡Aplausos a los médicos que nos cuidan! ¡Cantemos el Himno Nacional!
Etapa 4
El virus empieza a circular en la comunidad
¡Cerremos todo! ¡Quedate en casa! Para salir tenés que pedir un permiso online, y si no sos trabajador esencial tenés que bajar la cortina. Aplausos a los médicos que nos cuidan! ¡Cantemos el Himno Nacional!
Etapa 5
El virus circula poco porque la cuarentena lo mantiene frenado.
Che, ya pasaron cuarenta días…¿hasta cuándo dura una cuarentena? Ginés dice que el 50% de las camas de Terapia están vacías, entonces…. ¿por qué tenemos todo cerrado?
Etapa 6
El virus circula poco porque la cuarentena lo mantiene frenado.
No aguanto más, me estoy deprimiendo acá encerrado todo el día, sin guita, pegado a la pantalla del zoom. Y el negocio fundido. Ya nadie aplaude ni canta el himno. ¿Dónde se metió el virus? ¿De qué virus me hablan?
Etapa 7
El virus circula poco porque la cuarentena lo mantiene frenado.
¿Por qué no se dejan de joder con la cuarentena? ¿Qué día es?
Etapa 8
El virus circula poco porque la cuarentena lo mantiene frenado.
Se viene el invierno, no tengo un mango, tengo las defensas y las pelotas por el suelo. ¿Dónde está el puto virus?
Etapa 9
El virus se despabila y comienza a circular…
Estoy agotado, sin guita, sin defensas, sin ganas de discutir ni con los K ni con los gorilas, me divorcié de mi mujer y mis hijos no me hablan, perdí todos mis clientes, ya no me acuerdo de qué se trataba vivir en este país. ¿Qué día es?
Etapa 10
El virus golpea a la puerta de tu casa.
Ma sí, me chupa un huevo todo!
¡Yo salgo y que se vayan todos a la concha de su madre!

Y vos… ¿en qué etapa estás?

miércoles, 6 de mayo de 2020

EL DINERO ES UN VIRUS


¿Alguna vez se preguntaron por qué el dinero no muere?

En la naturaleza, todo tiene su ciclo. Todo nace, se reproduce, y muere. Los hombres nacemos, nos reproducimos, y morimos. Las civilizaciones nacen, se desarrollan, y mueren también.

Pero el dinero... ¡no muere!

-“El dinero no muere porque lo que no está vivo no puede morir, y el dinero es algo muerto”, dicen por ahí. Sorprende descubrir que esta hipótesis no es para nada descabellada:  al igual que el resto de los cadáveres, el dinero se guarda en bóvedas, y se traslada de un banco-cementerio al otro en solemnes vehículos especiales de aspecto funerario.

Aunque el dinero no se trataría de un cadáver cualquiera: algunos postulan que el dinero no es sino vida en estado latente, y representa de alguna manera la inmortalidad de todos aquellos que contribuyeron a producirlo. ¿Por qué inmortalidad? Porque el dinero tiene la capacidad de “resucitar” y “multiplicarse” si es correctamente invertido o sea, exhumado.

No es un invento mío: ya Marx suscribía ideas similares. El Capital, algo muerto, domina las fuerzas vivas y las utiliza para multiplicarse. Cada vez hay más Capital muerto, con mayor capacidad para someter a la Vida. Y ese es el dilema del hombre: su poder sobre la naturaleza viva se sustenta en la posesión de una cosa inerte, aparentemente muerta.

Aunque si el dinero tiene el poder de movilizar las fuerzas vivas, entonces... ¡tal vez no esté tan muerto como pensamos! El dinero- aparentemente muerto y bien protegido en las criptas de los bancos, sólo duerme el sueño crepuscular de un discreto Drácula en estado larval, esperando el momento adecuado para despertar, adueñarse de las fuerzas vivas de la sociedad y ponerlas a su servicio.

En estos días del Coronavirus, la analogía es inevitable[1]. Del mismo modo que un virus- compuesto por algunas moléculas inorgánicas- domina el funcionamiento de la célula viva para reproducirse, así el dinero- aparentemente inerte- mueve todos los mecanismos de la producción humana, también para reproducirse a sí mismo. ¿Cómo lo hace? ¿Para qué lo hace?

Veamos. Todo virus primero debe “insertarse” en el mecanismo de replicación celular, para lo cual primero que nada debe ser “aceptado” por la célula. A partir de allí, esa célula trabajará para multiplicar al virus. Dicha aceptación equivale a la aceptación del dinero como moneda de cambio en una sociedad. Si de pronto el dinero no fuera aceptado, perdería por completo su poder regenerativo, que depende de que el huésped vivo lo acoja en su seno y acepte poner sus energías vitales al servicio de su multiplicación.

Literalmente entonces, si el dinero no fuera aceptado por ningún huésped, moriría definitivamente. Y esto es así porque el dinero es un parásito intra-social obligado. Sigue viviendo en la medida en que las células del cuerpo social (las personas) lo seguimos aceptando.

La pregunta que sigue es entonces: ¿Por qué una célula acepta a un virus? ¿Por qué los humanos aceptamos el dinero? ¿Por qué aceptamos un parásito, aún a sabiendas de que nos hará trabajar sólo para reproducirse él, sabiendo que no le importamos en lo más mínimo y que está dispuesto a aniquilarnos sólo para fabricar más ejemplares de sí mismo?

Pienso en voz alta, y aparecen las primeras razones.

Primera razón: el parásito nos seduce haciéndonos partícipe de los beneficios que obtendrá al parasitar a futuras víctimas. Dice:
-Acéptame, trabaja para mí, y yo haré que luego otros trabajen para ti”.
Utilizando la seducción Drácula parasita a sus víctimas, y sus víctimas se convierten a su vez en victimarios, en una especie de sistema “piramidal” de extracción de sangre. Cualquier comparación con el sistema social no es casual.

Segunda razón: porque la maquinaria celular no tiene la potestad de negarse a funcionar. Simplemente funciona, y sus organelas replican todo lo que viene codificado en el ADN celular asumiendo que lo que viene de allí debe ser replicado, dándole entonces a ese ADN una expresión fenotípica. ¿Y por qué no tiene la capacidad de negarse a replicar? El humano no puede negarse a replicar el dinero, puesto que – consciente o no de ello- es un replicante obligado, un ser destinado a replicar y reproducir todo lo que viene codificado en su ADN, lo que equivale a decir: replica obligadamente todo aquello que se le presenta como una necesidad

Y el dinero es un parásito que ha sabido posicionarse como nuestro medio de intercambio y comunicación, o sea se ha convertido en un elemento indispensable para la propia supervivencia. Sin su auxilio, la célula o persona no podría intercambiar con el medio, y perecería inmediatamente. Vemos acá el carácter simbiótico de nuestra unión con el dinero-parásito.

Tercera razón: trabajar para el parásito puede ser una buena estrategia para la subsistencia evolutiva del organismo. ¿Por qué? Si lo único de que disponemos es de una “maquinaria replicante”, pero no existiera un parásito capaz de infectar a otros organismos y compartir con nosotros las ganancias que obtiene de éstos, toda esa maquinaria no serviría más que para la subsistencia y reproducción propia, no podría haber desarrollo ni crecimiento social. De acá se deduce que probablemente el dinero es un simbionte, se beneficia de nosotros para reproducirse y a su vez nosotros nos servimos de él para poder obtener beneficios de otros organismos de nuestro entorno y expandir la comunidad humana.

Cuarta razón: otro motivo para aceptar el dinero es insertarse en alguna cadena de “sentido”, a falta de un sentido o fin propio para la propia existencia. Argumento que sienta bien a la subespecie de los “gamers” y también a la de los masoquistas.

A modo de conclusión- provisoria, al menos- vale decir que el dinero es una entidad inorgánica e inmortal similar a un virus, con la cual estamos en una relación simbiótica que nos reporta un beneficio evolutivo: el aceptar ser utilizados por el dinero nos permite usufructuar los beneficios del parasitismo que el dinero ejerce sobre otros miembros de la especie.

Continuará…

miércoles, 12 de febrero de 2020

LEYENDO A... ORTEGA Y GASSET: EL FIN DE LAS REVOLUCIONES


Este artículo es muy interesante y presenta una tesis curiosa. Advierto que copio mayormente palabras literales del filósofo y agrego negritas y bastardillas según me parece.
Dice OyG que “el hombre… ha pasado por tres situaciones espirituales distintas, o dicho de otra manera, que su vida psíquica ha gravitado sucesivamente hacia tres centros diversos” en el devenir de la historia.
Y hace derivar los fenómenos políticos de estas sucesivas “perspectivas espirituales distintas”.
Para explicarlo, da cuenta de cada una de estas etapas.

ETAPA 1: La etapa tradicionalista.

“Cuando un pueblo es joven, es cuando tiene sobre él mayor influjo el pasado… lo inmemorial.... Es curioso estudiar esta psicología dominada por lo ancestral. Lo firme y seguro se halla en la colectividad, cuya existencia es anterior a cada individuo. La reacción de su intelecto… consiste en reiterar una fórmula preexistente, recibida. Lo espontáneo es la adaptación a lo recibido, a la tradición, dentro de la cual vive el individuo inmerso, y que es para él la inmutable realidad. Este es el estado de espíritu tradicionalista que ha actuado en nuestra Edad Media… En el orden político, el alma tradicionalista vivirá acomodándose respetuosamente dentro de lo constituído… que por serlo tiene un prestigio invulnerado: es lo que hallamos ya hecho cuando nacemos, es lo hecho por lo padres.

Pero… la sociedad avanza y entra en una etapa nueva de desarrollo. Dentro de esta alma colectiva, tejida de tradiciones, comienza desde luego a formarse un pequeño núcleo central: el sentimimento de individualidad. Este sentimiento se origina en una tendencia antagónica de la que ha ido plasmando el alma tradicional.
La mecánica tradicionalista del alma va a ser sustituída por otra mecánica opuesta: la individualista-racionalista.

ETAPA 2: La etapa racionalista

El hombre va descubriendo su individualidad en la medida en que va sintiéndose hostil a la colectividad y opuesto a la tradición. El modo individualista vuelve la espalda a todo lo recibido, y en su lugar aspira a producir un pensamiento nuevo, que valga por su propio contenido. Este pensamiento no viene de la colectividad inmemorial, no es el de los padres… esta ideación sin abolengo, sin genealogía, sin prestigio de blasones, tiene que ser hija de sus obras… en una palabra: tiene que ser una razón.

Desde este momento, en el alma de cada hombre actúan dos fuerzas antagónicas: la tradición y la razón. Se comprende que puesto en tal empeño, el espíritu humano logre desarrollar maravillosamente la facultad intelectual. La razón pura... se mueve entre superlativos y absolutos, formas ideales… Cuando define un concepto, le dota de atributos perfectos. Sólo sabe pensar yéndose al último límite, radicalmente. Así, en el orden de las cuestiones políticas y sociales, cree haber descubierto una constitución civil, un derecho, perfectos, definitivos. A este uso puro del intelecto, a este pensar more geométrico se suele llamar racionalismo. Tal vez fuera más luminoso llamarle radicalismo.


La inteligencia, arriba a un estadio en que descubre su propio poder de construir con sus medios exclusivos grandes y perfectos edificios teóricos. La transparencia, la exactitud, el rigor, la integridad sistemática de estos orbes de ideas, fabricados more geometrico, son incomparables. La perfección… los entusiasma hasta el punto de olvidar que, en definitiva, la misión de la idea es coincidir con la realidad que en ella va pensada. Ahora en cambio, se va a hacer que la vida se ponga al servicio de las ideas. Este vuelco radical de las relaciones entre la vida y la idea es la verdadera esencia del espíritu revolucionario.

TESIS: Las revoluciones del siglo XIX y XX son hijas del pensamiento racional

Todo el mundo estará de acuerdo en reconocer que las revoluciones no son en esencia otra cosa que radicalismo político. No se es radical en política porque se sea radical en política, sino porque antes se es radical en pensamiento.
Nuestra era ha procedido por revoluciones; es decir, que en lugar de adaptar el régimen a la realidad social, se ha propuesto adaptar ésta a un esquema ideal. Quiere el temperamento racionalista que el cuerpo social se amolde, cueste lo que cueste, a la cuadrícula de conceptos que su razón pura ha forjado. El valor de la ley es, para el revolucionario, preexistente a su congruencia con la vida.
[Es por eso que] el filósofo, el intelectual, anda siempre entre los bastidores revolucionarios. Es él el profesional de la razón pura… puede decirse que en esas etapas de radicalismo consigue el intelectual el máximum de intervención y autoridad. Sus definiciones, sus conceptos “geométricos” son la sustancia explosiva que, una vez y otra, hace en la historia saltar las ciclópeas organizaciones de la tradición.
Así en nuestra europa surge el gran levantamiento francés de la abstracta definición que los enciclopedistas daban del hombre. Y el último conato, el socialista, procede igualmente de la definición no menos abstracta, forjada por Marx, del hombre que no es sino obrero, del “obrero puro”

ETAPA 3: ¿Qué es lo que sigue, según OyG?

La conciencia social empieza a sospechar que el mal éxito [de las revoluciones] no es debido a la intriga de los enemigos, sino a la contradicción misma del propósito. Las ideas políticas pierden brillo y fuerza atractiva. Se empieza a advertir todo lo que en ellas hay de fácil y pueril esquematismo...
El hombre moderno ha puesto su pecho en las barricadas de la revolución, demostrando así inequívocamente que esperaba de la política la felicidad. Cuando llega el ocaso de las revoluciones, parece a las gentes este fervor de las generaciones anteriores una evidente aberración de la perspectiva sentimental. La política no es cosa que pueda ser exaltada a tan alto rango de esperanzas y respetos. Cuando este pensamiento comienza a generalizarse, concluye la era de las revoluciones, la política de ideas y la lucha por el derecho.
La era revolucionaria concluye sencillamente, sin frases, sin gestos, reabsorbida por una sensibilidad nueva. A la política de ideas sucede una política de cosas y de hombres.

En el apéndice de este artículo- titulado Epílogo sobre el alma desilusionada- OyG intenta delinear lo que sería el estadío próximo en la evolución del alma.

El alma tradicionalista es un mecanismo de confianza, porque toda su actividad consiste en apoyarse sobre la sabiduría indubitada del pretérito. El alma racionalista rompe esos cimientos de confianza con el imperio de otra nueva: la fe en la energía individual, de que es la razón momento sumo. Pero el racionalismo es un ensayo excesivo, aspira a lo imposible. El propósito de suplantar la realidad con la idea es bello pero está condenado siempre al fracaso. Empresa tan desmedida deja tras de sí transformada la historia en un área de desilusión.”
Comienza el reinado de la cobardía. El alma envilecida no es capaz de ofrecer resistencia al destino, y busca en las prácticas supersticiosas los medios para sobornar esas voluntades ocultas. Los ritos más absurdos atraen la adhesión de las masas.

Y concluye al fin, en tono pesimista:

El alma supersticiosa es, en efecto, el can que busca un amo. El hombre siente un increíble afán de servidumbre. Quiere servir ante todo: a otro hombre, a un emperador, a un brujo, a un ídolo. Tal vez el nombre que mejor cuadra al espíritu que se inicia tras el ocaso de las revoluciones sea el de espíritu servil.

LEYENDO A... ORTEGA Y GASSET: LA VITALIDAD


Me sorprendió gratamente la lectura de un texto de Ortega y Gasset (en adelante OyG), en un libro suyo titulado El tema de nuestro Tiempo. Aclaro que pongo negritas a mi gusto y no siempre marco las citas literales, para poder reproducir con holgura estos pensamientos.
En uno de los apartados, OyG dice que “cuando se ha querido buscar el valor de la vida… o su sentido y justificación, se ha recurrido a cosas que están más allá de ella. Siempre el valor de la vida parecía consistir en algo trascendente de ésta, hacia lo cual la vida era sólo un camino o un instrumento
O sea, se consideraba la vida como un “medio” para un fin tras-mundano, o para el logro de un ideal trascendente, superior a sí misma.
El filósofo reconoce que probablemente este pensamiento ha sido favorecido por el hecho observable de que todo ser vivo siempre está interesándose en su entorno, y volcando en el mismo sus afanes, o sea, aplicándose siempre a algo externo a sí mismo.
Este carácter “transitivo” de la vida –continúa OyG- no ha sido descontado por los filósofos. Al notar que no se puede vivir sin interesarse por unas y otras cosas, han creído que lo interesante eran estas cosas y no el interesarse mismo.
“Una equivocación parecida cometería quien pensase que lo valioso en el alpinismo es la cima de la montaña, y no la ascensión. Los hombres, cuando vivimos nuestra vida espontánea, nos afanamos por la ciencia, por el arte, por la justicia… Dentro de nuestro mecanismo vital, son éstas las cosas que incitan nuestra actividad, son lo que vale “para” la vida. Pero… esas magníficas cosas son solo pretextos que se crea la vitalidad para su propio uso, como el arquero busca para su flecha un blanco. No son, pues, los valores trascendentes quienes dan un sentido a la vida, sino, al revés, la admirable generosidad de ésta, que necesita entusiasmarse con algo ajeno a ella.
Y prosigue: “No necesita pues, la vida de ningún contenido determinado – ascetismo o cultura- para tener valor y sentido. No menos que la justicia, que la belleza o la beatitud, la vida vale por sí misma.” Y cita palabras de Goethe: “Cuanto más lo pienso, más evidente me parece que la vida existe simplemente para ser vivida”.
Y concluye entonces que “esta suficiencia de lo vital en el orbe de las valoraciones la liberta del servilismo en que erróneamente se le mantenía, de suerte que sólo puesta al servicio de otra cosa parecía estimable el vivir”. Y acá no podemos evitar pensar en aquellos que sólo valoran la propia vida e incluso la del prójimo unicamente cuando está entregada a servir un ideal, o a una misión piadosa, o al lucro y la acumulación de dinero, o a cualquier otro “servicio” puesto convenientemente allí como un cebo, para aprovecharse del generoso desbordamiento de las energías vitales y de su avidez por forjarse un sentido.
No hay duda alguna- prosigue- que la vida antigua se hallaba menos penetrada de valores transvitales – religiosos o de cultura—que la iniciada por el cristianismo y su secuencia moderna. En su visión, el cristianismo trajo la idea de una vida puesta al servicio de lo trascendente (la vida ultraterrena, los valores eternos de la justicia, la cultura, etc.)
Precisamente en virtud de esta tendencia a orientarse y justificarse en algo externo a sí misma, los valores que se forjan los hombres son importantes.  Para OyG, tiempo atrás la mayoría de la humanidad europea vivía para la cultura. Ciencia, arte y justicia eran cosas que parecían bastarse a sí mismas; una vida que se vertiese íntegramente en ellas quedaba ante su propio fuero satisfecha: no se dudaba de estos últimos prestigios. El sentido de la vida estaba establecido por fuera de ella misma, en estos bastiones.
Pero OyG comprueba que esta manera de sentir se va extinguiendo.
Un ejemplo de esta transformación lo ve en el arte: el carácter semirreligioso, patético, del goce estético ante las “obras de arte”, tiende a desaparecer, reemplazado por una actitud lúdica e irreverente, lo que OyG llama el espíritu “deportivo” de la vida.
¿Por qué deportivo? Bueno, acá es interesante seguir los pasos de su pensamiento.
Primero habla del trabajo: dice que el trabajo era un “medio” para lograr la “obra” (producto final). Por lo tanto, este esfuerzo del “trabajo” está traccionado por el resultado (es medible en función de la concreción de éste), y presenta un carácter de obligatoriedad.
Por el contrario, en el deporte la actitud es lúdica, producto del impulso libérrimo y generoso de la potencia vital. No está traccionado por el resultado, sino que encuentra en su propia actividad el goce, y no es medible, pues es producto de un derroche de adentro hacia afuera: no representa cuota alguna de producto final ninguno.
En palabras de OyG: “El siglo XIX tiene de extremo a extremo un amargo gesto de día laborioso. Hoy, la gente joven parece dispuesta a dar a la vida un aspecto imperturbable de día feriado
En el orden político, “comienza a juzgarse un poco pueril que nuestros abuelos se dejasen matar en las barricadas por esta o la otra fórmula de derecho constitucional… el motivo… se nos antoja liviano. La libertad es una cosa muy problemática y de valor sumamente equívoco… La libertad sigue pareciéndonos una cosa excelente; pero no es más que un esquema, una fórmula, un instrumento para la vida. Supeditar ésta a aquella, divinizar la idea política, es idolatría
Por último, remata: “La época anterior a la nuestra se entregaba de una manera exclusiva y unilateral a la estimación de la cultura, olvidando la vida. En el momento en que ésta es sentida como un valor independiente y aparte de sus contenidos, aunque sigan valiendo lo mismo la ciencia, el arte y la política, valdrán menos en la perspectiva total de nuestro corazón”.