Aclaración: Este artículo puede resultar un poco técnico a los no médicos, pero espero puedan captar la esencia de su planteo.
Con la
pandemia del COVID19, los médicos discuten mucho sobre la persistencia o no de
los anticuerpos IGG, que brindarían una inmunidad “pasiva” (así se la llama)
consistente en que cuantos más anticuerpos IGG contra un virus tengamos, más
protegidos estaremos. De acá se deduce la conclusión de que si, por ejemplo, al
cabo de dos meses los títulos de IGG bajan, el paciente “pierde su inmunidad” y
por lo tanto se asume sin discusión que es como si fuera un paciente virgen y
puede volver a contagiarse y enfermar como la primera vez.
Esto me
lleva a pensar si no conviene replantearse una diferencia entre la “memoria” y
el “recuerdo”. Aunque son conceptos relacionados, no representan lo mismo.
La
“memoria” (y no me refiero con este término al acto de recordar, sino a los hechos recordados) son efectivamente
algo “pasivo” en el sentido de que están allí en algún lugar como huella, como vestigio, o como engrama
(si adoptamos el concepto de acoplamiento estructural de Maturana, que tanto me
gusta). Cuando esta memoria (estos indicios, estas huellas, estos engramas) son
“gatillados” o “activados” por un estímulo adecuado, el recuerdo se hace vivo y
presente.
La “memoria” a la que se refieren
los médicos cuando hablan de la presencia de anticuerpos IGG no sería, en este
sentido, sino un “recuerdo actualizado”. Su ausencia no
implica una pérdida de la memoria, sino apenas un olvido. En presencia del
estímulo adecuado (aquel que gatilla el acoplamiento de los engramas) el
organismo actualiza el recuerdo, y
otra vez tenemos dando vuelta a los anticuerpos IGG.
Este es el fundamento
de los refuerzos de las vacunas: no dejar que el cuerpo olvide, obligar a recordar
nuevamente, ya que al volver a recordar
vuelve a generar los anticuerpos IGG que suponemos son la evidencia de la
“memoria”, vale decir, de que el cuerpo “no ha olvidado”.
Hay que
notar que esta suposición de que el cuerpo “olvida” definitivamente sólo porque
no podemos detectar niveles de anticuerpos es precisamente eso: una suposición.
Con bastantes posibilidades de ser equivocada.
Podría muy
bien ocurrir que una vez expuesto una primera vez, el paciente que desarrolló
IGG las pierda a los cinco meses. Pero eso no significa que, en cuanto tome
nuevamente contacto con la noxa (y se gatillen los mecanismos del recuerdo[1]) no
pueda volver a poner en circulación una cantidad apreciable y efectiva de IGG
protectora.
Esto lo
digo para desmentir la idea ampliamente aceptada de que la ausencia de IGG por sí sola alcanza para decir que el
sujeto está “desprotegido”.
Ocurre aquí
igual que con la memoria: no es igual para todas las personas. Hay quienes
necesitan que se les repita veinte veces lo mismo, porque lo olvidan
fácilmente, y hay quienes no olvidan nunca. Pero también están los que
olvidan fácilmente, o eso parece, pero que ante el menor estímulo recuerdan con
suma facilidad y con gran detalle.
Pensemos en
las neurosis traumáticas. Hay personas resilientes que superan el trauma sin
casi cicatriz, y se reintegran a la vida con la misma confianza de siempre. El
hecho de haber superado y olvidado el trauma es un signo de buena salud; nadie diría que una persona que diez años
después de sufrir un trauma aún se sobresalta ante la vista del agente que
alguna vez la traumatizó está sana: más bien la enviarían al psiquiatra.
Lo que se espera de una persona
curada no es que tenga defensas altas presentes todo el tiempo, sino que sea capaz de desarrollarlas
rápidamente en caso de verse expuesta a las condiciones traumáticas.
Sin
embargo, los médicos pretendemos que el paciente recuperado tenga altos niveles
de IGG por siempre jamás. ¿Por qué habría de tenerlos de manera indefinida? ¿Es
eso condición o indicativo de resiliencia? En absoluto. Resiliencia no significa
simplemente “olvido”, sino una mejor capacidad
de reconocimiento y una mayor velocidad de respuesta.
Todo esto
para mostrar, insisto, que no interesa
tanto si el paciente conserva o no sus anticuerpos IGG, sino si será capaz, en
caso de re-exponerse al estímulo, de volver a producirlos de manera rápida y
eficaz. De acuerdo a lo que acabo de decir de las vacunas y sus refuerzos, es esperable que así sea, dado que con
cada refuerzo, los títulos de anticuerpos suben cada vez más.
Repito
entonces: es necesario desterrar la idea de que la ausencia de IGG por sí sola
alcanza para decir que el sujeto está “desprotegido”. Es necesario demostrar la
ausencia de una respuesta mejor y más rápida durante la segunda exposición.
Los
estudios nos lo dirán con el tiempo, pero la presunción indica que, al igual
que sucede con las vacunas, el sujeto expuesto- aunque tenga niveles de IGG muy
bajos o incluso indetectables- estará ante una segunda exposición, en mejores
condiciones para “actualizar su recuerdo” en la forma de títulos elevados y
eficaces de anticuerpos.
Posfacio: el dia 28 de Julio apareció una nota en
Varios expertos afirman que la disminución de los anticuerpos, como lo demuestran las pruebas comerciales, no necesariamente representa una disminución de la inmunidad
[1] Estos mecanismos implican
la activación de clones idiotípicos de plasmocitos, específicos para el virus
en este caso, que pueden estar inactivos o latentes, pero de ningún modo
ausente. La presunción de que la ausencia de IGG supone la ausencia de estos
clones y que el paciente es “virgen” puede muy bien ser falsa.
1 comentario:
Excelente!
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