martes, 8 de enero de 2019

POLITICA: LA GRIETA ARGENTINA Y LA SOMBRA DE DORIAN GRAY


Hemos llegado a convencernos de que la grieta argentina es el enfrentamiento entre dos bandos que piensan distinto, cada uno de los cuales se aferra a principios que ama y defiende- y supuestamente encarna en su propia vida-, combatiendo en la persona de los opositores aquellos principios que denosta y que según él los otros encarnan de manera funesta.
Puede que así sea pero… ¿Y si no fuera tan así?

Carl Gustav Jung fue un médico austríaco que describió un fenómeno muy frecuente, pero que tendemos a pasar por alto: que las personas solemos ver la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio. Jung fue todavía un paso más allá y  aventuró además que esa paja no está realmente allí, sino que la ponemos nosotros. Al margen de la veracidad científica de esta suposición nacida del psicoanálisis (si es que al psicoanálisis se le puede atribuir algun cariz científico) lo que nos interesa aquí es su valor explicativo: Jung postuló que todos proyectamos hacia fuera lo que nos desagrada de nosotros mismos, y por esa cualidad esquiva a la visión, llamó SOMBRA a dicha proyección. Como una especie de manto, nuestra sombra se posa sobre el otro, confiriéndole inmediatamente las cualidades de indigno, repugnante, agresivo, etc.

Me serviré de esta figura hipotética para tratar de elaborar una visión más piadosa de la grieta, y más humana tal vez. Que permita reformularla.
No voy a hablar de planes económicos, de neoliberalismos versus populismos, de justicia social versus teoría del derrame, de nacionalismo versus extranjerismo, ni todas las categorías que se pueden imaginar para- justamente- caracterizar la grieta. Porque sería imposible en este artículo y porque además es inútil perderse en la cantidad de argumentos que pueden encontrarse para construir dos visiones opuestas de la realidad tan abstrusamente maniqueas.

En vez de eso, voy a centrarme en el resultado final de todas estas construcciones- que se pergreñan de un lado y del otro a través de infinitas usinas mediáticas- y que es la afirmación que sigue: “Yo tengo la razón y tú estás equivocado

Esta es una sentencia sencilla, potable, que podemos analizar mejor, y que nos ayudará a comprender lo que puede ir “por detrás” del mecanismo de la grieta.
Vemos, en primer término, que de lo que se trata es de convencer al bando contrario de su error. Tendemos a pensar que naturalmente esta vocación de convencimiento procede de una serie de certezas y principios obtenidos trabajosamente a fuerza de analizar la realidad. Sin embargo, este empeño no necesariamente proviene en todos los casos- ni en la mayoría de ellos- de la propia convicción: puede más bien ocurrir, por ejemplo, que poner al otro en el lado equivocado resulte imperiosamente necesario para confirmar que somos nosotros quienes quedamos del lado correcto. Y que necesitemos esa confirmación precisamente porque albergamos dudas al respecto de nuestras reales convicciones…
A nadie le gusta ser incoherente, pero lamentablemente hay mucho de incoherencia y ambivalencia y ambigüedad en la naturaleza humana. El Yo soluciona el problema “exportando la basura” y proyectándola en los demás.
Veamos cómo funciona. Supongamos que el sujeto A, un habitante de la Argentina de la grieta, ha decidido tener la valentía de cuestionarse el precepto X. Su pensamiento discurre de la siguiente manera:

 “No estoy realmente muy seguro de que X sea lo mejor. Pero allí afuera hay un sujeto B que afirma que lo mejor es Y, o sea exactamente lo contrario a X…  Si él tuviera razón, yo estaría equivocado. Pero yo no puedo estar equivocado, de modo que afirmaré a rajatabla que él es quien está equivocado, y mis dudas se han disipado: ahora ya puedo estar seguro de que X es lo mejor.”

De este modo, la angustiosa duda sobre sí mismo, en un entorno de grieta, tiende a desaparecer, dando lugar al establecimiento de certezas y reaseguros a priori, lo que se ha dado en llamar “polarización”.

Esta polarización se monta sobre un espíritu cada vez menos crítico, poco tolerante a las diferencias y a la angustia que produce la incertidumbre. Y el debate en torno a X o Y se torna superfluo. Hasta podría tratarse de la misma cosa pintada de diferente color o vista desde diferente ángulo: el único requisito es que una postura sea sostenida por un bando y la otra por el otro.

El segundo efecto notable de este mecanismo es la aniquilación de la autocrítica y del pensamiento libre. Ahora todo se ha transformado en un juego de espejos, una secuela pesadillesca del retrato de Dorian Gray. Todo lo que veo en mí como un error, todo lo que me desagrada, lo proyecto en ese odioso retrato, mientras conservo para mí la belleza, la razón y la verdad. El retrato sufre los castigos que resultan de una vida errada y perversa, y es condenado a vivir oculto en el ático, cubierto con un paño (que curiosamente impide su visión). Mientras el retrato y sus pecados (los otros malditos) estén en el lado incorrecto, yo podré estar seguro de que sigo en el lado correcto, circulando alegremente por el lado luminoso de la vida. Y eso es todo lo que importa.

¿Cuándo hace crisis esta solución? Cuando podemos ver que ese retrato somos nosotros mismos, cuando desnudamos nuestra ambivalencia y nuestra imperfección. Tarea por demás difícil.  En la película “I nostri ragazzi”, el hermano médico no puede conciliar la imagen autoconstruída de bondad y altruísmo social con su rol de “cómplice de asesinato”, y así como Dorian Gray destruye el cuadro, la imagen donde había proyectado la maldad, el médico opta por “matar al mensajero”, aquel sobre el cual él había proyectado -como maldad del sistema- su propia sombra.
¿Qué consecuencias tiene esto para nuestra grieta? ¿Podemos aprender algo, tal vez otra manera de lidiar con ella de manera más constructiva?
Como no sabemos por dónde empezar, un procedimiento útil puede ser plantearnos preguntas hipotéticas.

Primer pregunta (la más obvia): ¿Y si no tuviésemos, en el fondo, visiones tan diferentes como creemos tener? ¿Cuáles son las similitudes en la visión del otro con mi propia visión?
Seguramente a alguno le parezca esto una simplificación ingenua, y está en todo su derecho de pensar así. Pero consideremos que no se trata de una afirmación, sino de una posibilidad que dejamos abierta. El hecho de tener presente que la visión del otro puede ser más parecida a la mía de lo que a priori estoy dispuesto a aceptar, o que el considerar posturas alternativas o suspender las propias certezas  no implica un menoscabo sino una oportunidad de crecimiento o enriquecimiento, puede ser un terreno fértil para “desactivar” las proyecciones.
Centrarse en las similitudes y no en las diferencias puede ayudar.

Segunda Pregunta: ¿Y si hubiera varias soluciones posibles, en vez de una sola solución? ¿Cuáles son las OTRAS soluciones posibles?
La idea de que hay UN SOLO CAMINO o UNA SOLA Y UNICA POSIBILIDAD de reaccionar debe ser desterrada. Cuando escuchemos que “no hay otro camino” que el que nos proponen, probablemente estamos acercándonos al abismo. La realidad siempre es mucho más compleja y jamás hay una sola solución para las cosas. El esfuerzo debe estar en encontrar las OTRAS soluciones.

Tercera Pregunta: ¿Creo HONESTAMENTE que los principios que reivindico deben ser defendidos in toto? ¿Son estos principios absolutos,  del tipo “ todo o nada”? ¿O tienen sus lados grises que ameritan una revisión más cuidadosa?
Por ejemplo, puede usted estar de acuerdo con el respeto de derechos laborales básicos, pero en contra del uso abusivo de estos derechos que hacen a veces los trabajadores y que perjudican a quienes no acceden todavía a un empleo. O puede usted estar de acuerdo con una economía de libre mercado, pero considera que el Estado, aún sin intervenir mayormente en la vida económica de las empresas, debe retener para sí una función reguladora en ciertas áreas específicas como la educación, la salud, la defensa, etc.

Gran parte de las “falsas antinomias” surgen del etiquetamiento “in toto” de las posturas. Desactivar esta “aceptación en bloque” de posturas ideológicas requiere de poner en juego mucha HONESTIDAD y desactivar el AUTOENGAÑO y la hipocresía.

Cuarta pregunta: ¿Estoy siendo realmente sincero conmigo mismo al sostener esta postura? ¿Cuánto hay de odio irracional, de miedo ante la incertidumbre o lo desconocido, o de mezquino interés en mi defensa de esta posición, o simplemente ganas de pelear?
Puede darse el caso de que se sostenga una posición basándose en una especie de “odio visceral heredado”- como ejemplo de esto tenemos el antiperonismo de unos cuantos y el antigorilismo de otros- el cual analizado fríamente, no tiene mayor sustento hoy día que el de un vacío “river-contra-boca” (que algunos lamentablemente utilizan para avivar llamas de odio). O puede que alguien sostenga la pretensión de no pagar ningún impuesto a la exportación de grano argumentando el libre comercio, cuando en verdad sólo lo hace por defender sus ingresos económicos. Si fuera sincero consigo mismo, debería reconocer que no hay ninguna manera honesta y sincera de evadir un impuesto nacional, en vez de despotricar contra quienes se lo exigen para bien del país. O alguien puede negarse a una reforma educativa por temor a la incertidumbre o al hecho de que durante cuarenta años ha funcionado bajo un determinado sistema y tiene miedo de no poder adaptarse; prefiere entonces oponerse al cambio argumentando (deshonestamente y contra toda evidencia) que se pretende destruir el sistema educativo, o negando (también deshonestamente) que ese sistema educativo ya está obsoleto y debe ser reformado.

Muchas otras preguntas podrían plantearse al respecto. Todas deben ir en el sentido de mirarse al espejo. ¿Estamos siendo honestos y sinceros? ¿Es lo que sostenemos el producto de nuestra convicción, o solamente una atalaya desde donde, atrincherados, intentamos dejar al enemigo en falta, en el error, en la incorrección, sólo para sentir las cálidas caricias de la autoindulgencia, el tibio confort de aquel que se sabe bien parapetado en la verdad, en la justicia, y en la corrección política?