Hemos llegado a convencernos
de que la grieta argentina es el enfrentamiento entre dos bandos que piensan
distinto, cada uno de los cuales se aferra a principios que ama y defiende- y
supuestamente encarna en su propia vida-, combatiendo en la persona de los opositores
aquellos principios que denosta y que según él los otros encarnan de manera
funesta.
Puede que así sea pero… ¿Y
si no fuera tan así?
Carl Gustav Jung fue un
médico austríaco que describió un fenómeno muy frecuente, pero que
tendemos a pasar por alto: que las personas solemos ver la paja en el ojo
ajeno, pero no la viga en el propio. Jung fue todavía un paso más allá y
aventuró además que esa paja no está realmente allí, sino que la ponemos nosotros. Al margen de la veracidad científica de esta suposición nacida del psicoanálisis (si es que al psicoanálisis se le puede atribuir algun cariz científico) lo que nos interesa aquí es su valor explicativo: Jung postuló que todos proyectamos hacia fuera lo que nos desagrada de
nosotros mismos, y por esa cualidad esquiva a la visión, llamó SOMBRA a dicha proyección. Como una
especie de manto, nuestra sombra se posa sobre el otro, confiriéndole inmediatamente las
cualidades de indigno, repugnante, agresivo, etc.
Me serviré de esta figura hipotética para tratar de elaborar una visión más piadosa de la grieta, y más humana tal
vez. Que permita reformularla.
No voy a hablar de planes
económicos, de neoliberalismos versus populismos, de justicia social versus
teoría del derrame, de nacionalismo versus extranjerismo, ni todas las
categorías que se pueden imaginar para- justamente- caracterizar la grieta.
Porque sería imposible en este artículo y porque además es inútil perderse en
la cantidad de argumentos que pueden encontrarse para construir dos visiones opuestas
de la realidad tan abstrusamente maniqueas.
En vez de eso, voy a
centrarme en el resultado final de todas estas construcciones- que se pergreñan
de un lado y del otro a través de infinitas usinas mediáticas- y que es la
afirmación que sigue: “Yo tengo la razón
y tú estás equivocado”
Esta es una sentencia
sencilla, potable, que podemos analizar mejor, y que nos ayudará a comprender
lo que puede ir “por detrás” del mecanismo de la grieta.
Vemos, en primer término,
que de lo que se trata es de convencer al bando contrario de su error. Tendemos
a pensar que naturalmente esta vocación de convencimiento procede de una serie
de certezas y principios obtenidos trabajosamente a fuerza de analizar la
realidad. Sin embargo, este empeño no necesariamente proviene en todos los
casos- ni en la mayoría de ellos- de la propia convicción: puede más bien
ocurrir, por ejemplo, que poner al otro en el lado equivocado resulte
imperiosamente necesario para confirmar que somos nosotros quienes quedamos del
lado correcto. Y que necesitemos esa
confirmación precisamente porque albergamos dudas al respecto de nuestras
reales convicciones…
A nadie le gusta ser
incoherente, pero lamentablemente hay mucho de incoherencia y ambivalencia y
ambigüedad en la naturaleza humana. El Yo soluciona el problema “exportando la
basura” y proyectándola en los demás.
Veamos cómo funciona.
Supongamos que el sujeto A, un habitante de la Argentina de la grieta, ha
decidido tener la valentía de cuestionarse el precepto X. Su pensamiento
discurre de la siguiente manera:
“No
estoy realmente muy seguro de que X sea lo mejor. Pero allí afuera hay un
sujeto B que afirma que lo mejor es Y, o sea exactamente lo contrario a X… Si él
tuviera razón, yo estaría equivocado. Pero yo no puedo estar equivocado, de
modo que afirmaré a rajatabla que él es quien está equivocado, y mis dudas se
han disipado: ahora ya puedo estar seguro de que X es lo mejor.”
De este modo, la angustiosa duda
sobre sí mismo, en un entorno de grieta, tiende a desaparecer, dando lugar al
establecimiento de certezas y reaseguros a
priori, lo que se ha dado en llamar “polarización”.
Esta polarización se monta
sobre un espíritu cada vez menos crítico, poco tolerante a las diferencias y a
la angustia que produce la incertidumbre. Y el debate en torno a X o Y se torna
superfluo. Hasta podría tratarse de la misma cosa pintada de diferente color o
vista desde diferente ángulo: el único requisito es que una postura sea
sostenida por un bando y la otra por el otro.
El segundo efecto notable de
este mecanismo es la aniquilación de la autocrítica y del pensamiento libre.
Ahora todo se ha transformado en un juego de espejos, una secuela pesadillesca del
retrato de Dorian Gray. Todo lo que veo en mí como un error, todo lo que me
desagrada, lo proyecto en ese odioso retrato, mientras conservo para mí la
belleza, la razón y la verdad. El retrato sufre los castigos que resultan de
una vida errada y perversa, y es condenado a vivir oculto en el ático, cubierto
con un paño (que curiosamente impide su
visión). Mientras el retrato y sus pecados (los otros malditos) estén en el
lado incorrecto, yo podré estar seguro de que sigo en el lado correcto,
circulando alegremente por el lado luminoso de la vida. Y eso es todo lo que
importa.
¿Cuándo hace crisis esta
solución? Cuando podemos ver que ese retrato somos nosotros mismos, cuando
desnudamos nuestra ambivalencia y nuestra imperfección. Tarea por demás
difícil. En la película “I nostri
ragazzi”, el hermano médico no puede conciliar la imagen autoconstruída de
bondad y altruísmo social con su rol de “cómplice de asesinato”, y así como
Dorian Gray destruye el cuadro, la imagen donde había proyectado la maldad, el
médico opta por “matar al mensajero”, aquel sobre el cual él había proyectado
-como maldad del sistema- su propia sombra.
¿Qué consecuencias tiene
esto para nuestra grieta? ¿Podemos aprender algo, tal vez otra manera de lidiar
con ella de manera más constructiva?
Como no sabemos por dónde
empezar, un procedimiento útil puede ser plantearnos preguntas hipotéticas.
Primer pregunta (la más obvia): ¿Y si no tuviésemos,
en el fondo, visiones tan diferentes como creemos tener? ¿Cuáles son las
similitudes en la visión del otro con mi propia visión?
Seguramente a alguno le
parezca esto una simplificación ingenua, y está en todo su derecho de pensar
así. Pero consideremos que no se trata de una afirmación, sino de una
posibilidad que dejamos abierta. El hecho de tener presente que la visión del
otro puede ser más parecida a la mía de lo que a priori estoy dispuesto a
aceptar, o que el considerar posturas alternativas o suspender las propias
certezas no implica un menoscabo sino
una oportunidad de crecimiento o enriquecimiento, puede ser un terreno fértil
para “desactivar” las proyecciones.
Centrarse en las similitudes
y no en las diferencias puede ayudar.
Segunda Pregunta: ¿Y si hubiera varias soluciones
posibles, en vez de una sola solución? ¿Cuáles son las OTRAS soluciones
posibles?
La idea de que hay UN
SOLO CAMINO o UNA SOLA Y UNICA POSIBILIDAD de reaccionar debe ser desterrada.
Cuando escuchemos que “no hay otro camino” que el que nos proponen,
probablemente estamos acercándonos al abismo. La realidad siempre es mucho más
compleja y jamás hay una sola solución para las cosas. El esfuerzo debe estar
en encontrar las OTRAS soluciones.
Tercera Pregunta: ¿Creo HONESTAMENTE que los
principios que reivindico deben ser defendidos in toto? ¿Son estos principios absolutos,
del tipo “ todo o nada”? ¿O tienen sus lados grises que ameritan una
revisión más cuidadosa?
Por ejemplo, puede usted
estar de acuerdo con el respeto de derechos laborales básicos, pero en contra
del uso abusivo de estos derechos que hacen a veces los trabajadores y que perjudican
a quienes no acceden todavía a un empleo. O puede usted estar de acuerdo con
una economía de libre mercado, pero considera que el Estado, aún sin intervenir
mayormente en la vida económica de las empresas, debe retener para sí una
función reguladora en ciertas áreas específicas como la educación, la salud, la
defensa, etc.
Gran parte de las “falsas
antinomias” surgen del etiquetamiento “in toto” de las posturas. Desactivar
esta “aceptación en bloque” de posturas ideológicas requiere de poner en juego
mucha HONESTIDAD y desactivar el AUTOENGAÑO y la hipocresía.
Cuarta pregunta: ¿Estoy siendo realmente sincero conmigo mismo al sostener esta
postura? ¿Cuánto hay de odio irracional, de miedo ante la incertidumbre o lo
desconocido, o de mezquino interés en mi defensa de esta posición, o
simplemente ganas de pelear?
Puede darse el caso de que
se sostenga una posición basándose en una especie de “odio visceral heredado”-
como ejemplo de esto tenemos el antiperonismo de unos cuantos y el
antigorilismo de otros- el cual analizado fríamente, no tiene mayor sustento
hoy día que el de un vacío “river-contra-boca” (que algunos lamentablemente
utilizan para avivar llamas de odio). O puede que alguien sostenga la
pretensión de no pagar ningún impuesto a la exportación de grano argumentando
el libre comercio, cuando en verdad sólo lo hace por defender sus ingresos
económicos. Si fuera sincero consigo mismo, debería reconocer que no hay
ninguna manera honesta y sincera de evadir un impuesto nacional, en vez de
despotricar contra quienes se lo exigen para bien del país. O alguien puede
negarse a una reforma educativa por temor a la incertidumbre o al hecho de que
durante cuarenta años ha funcionado bajo un determinado sistema y tiene miedo
de no poder adaptarse; prefiere entonces oponerse al cambio argumentando
(deshonestamente y contra toda evidencia) que se pretende destruir el sistema
educativo, o negando (también deshonestamente) que ese sistema educativo ya
está obsoleto y debe ser reformado.
Muchas otras preguntas
podrían plantearse al respecto. Todas deben ir en el sentido de mirarse al espejo. ¿Estamos siendo
honestos y sinceros? ¿Es lo que sostenemos el producto de nuestra convicción, o
solamente una atalaya desde donde, atrincherados, intentamos dejar al enemigo
en falta, en el error, en la incorrección, sólo para sentir las cálidas
caricias de la autoindulgencia, el tibio confort de aquel que se sabe bien
parapetado en la verdad, en la justicia, y en la corrección política?